19/02/2021

Como Todo Un Caballero (2021) [FF] "Mai Hime" Capítulo 3 a 5

 Capítulo 3. Natsuki Kuga's Point of View.

 

“Donde las flores nacen de los juncos” era el nombre del libro que acababa de leer. El título hacía referencia a donde conoció el protagonista a la mujer que amaba, una mujer prohibida, una mujer casada con el señor de las tierras del cual era vasallo; en el libro, el protagonista se dedicaba a susurrarle palabras de amor a su amada. Suspire profundamente mientras extendía las piernas y dejaba mi cuerpo hundirse en la esponjosidad del sofá. Que sujeto tan audaz, me decía recordando las situaciones leídas, no sé si podría hacer lo mismo, después de todo… bueno si, sí había alguien…

 

La había conocido hacía ya unos años en una de tantas celebraciones en el palacio, estaba vinculada por parentela con la familia real. En un principio solía pensar que era bonita, con el tiempo acepté que era una belleza sin igual y llegado cierto punto, cuando la Reina me sugirió ya contraer matrimonio, la primera persona en aparecer en mi mente fue ella… entonces que pensé si ella alguna vez también pensaría en el matrimonio y lo mal que me sentiría si ella se desposara con alguien… fue de esa forma que me di cuenta de mis propios sentimientos… sentimientos que parecían camuflajeados con la sensación de admiración que me recorría cada que la veía… cuando la veía a través de un salón, solo podía pensar en que era tan guapa y que tenía una sonrisa tan esplendida, tan lustrosa, tan brillante, tan iluminadora, una sonrisa que la hacía lucir aún más hermosa de lo ya hermosa que era… su sonrisa me hacía feliz, verla sonreír me llenaba, pero instantáneamente me ensombrecí cuando pensé en que ella sonriera por y para alguna otra persona… eso me haría muy… muy infeliz… supe así que me había enamorado de ella, la deseaba, la quería para mí, pero ¿Qué hacer? Sin embargo, me tranquilicé cuando eso no sucedió, cuando comenzó a pasar el tiempo y ella no se comprometía con nadie, la amada era esquiva, quisquillosa y muy selectiva… eso de cierta forma me complacía, pero al mismo tiempo me hacía pensar que no sé si ella voltearía a verme de ser yo alguna de sus pretendientes, además, estaba ese detalle… el detalle de ser mujer.

 

-me gustaría verte casada –me dijo una tarde su majestad, luego de dar sus bendiciones a una pareja y el salón de audiencias estuviera vacío después de la última audiencia del día –dime ¿hay alguien que despierte tu interés? –su rostro, una vez más, apareció en mi mente al instante.

-majestad… -lo pensé demasiado tiempo y luego contesté –por ahora las cosas están bien, aún hay mucho que hacer en el reino.

-si estuvieras casada me sentiría mejor… sabes que puedo darte a quien quieras, ¿verdad? –yo me sentí un poco nerviosa –ya sea hombre o mujer…

-si su majestad, lo sé… -su majestad era generosa, pero su generosidad no provenía de su gran corazón, provenía de su deuda conmigo, una deuda de vida, una deuda implícita que no me complacía cobrar, de hecho, me incomodaba.

 

Al norte del vasto territorio que conformaba el reino, había tres casas que se repartían las tierras norteñas y que gobernaban en señoríos, las tierras que pertenecían a mi familia estaban en el oeste más extremo de la ínsula. Mi familia no era cercana a la reina, de hecho, al tener las tierras más lejanas estaban muy desvinculados con la corona, pero de vez en cuando el líder de la casa y señor de las tierras era convocado ante el rey, fue en uno de aquellos llamados cuando acudí con toda mi familia a la capital y ocurrió el desastre que se llevó la vida de los anteriores reyes. El reino al otro lado del mar Oeste realizó un ataque contundente que llegó hasta la capital, el ejército fue mermado casi en su totalidad, el rey y la reina anteriores murieron en el ataque, así como mis padres, y por más casualidad que lealtad, rescaté a la heredera al trono en medio del caos; tomé la espada que pertenecía a mi padre y atravesé a tantos enemigos como pude, tomé a la heredera como un bulto bajo mi brazo y corrí tanto como pude, olvidándome de cualquier comodidad.

 

Huimos del palacio, sorteamos a los enemigos tanto como pudimos y atravesé a algunos con la espada hasta poder salir de la capital. De una forma inédita y que aún me resulta asombrosa, logré montar un caballo con la chica y correr a todo galope hasta el castillo de mi familia en las orillas del mar noroeste. Pero no fue tan fácil, hubo enemigos que nos siguieron y lograron llegar al castillo, intentaron sitiarlo para finalmente fracasar, pues estaba custodiado por guardias fieles al señor de las tierras, es decir, mi padre. Gracias a ellos los últimos enemigos que nos seguían fueron eliminados y la invasión no tuvo éxito, aunque perdimos el castillo. Junto con los vasallos llevé a la heredera a la capital, donde ya había disputas por quien tomaría el trono, disputas que fueron sofocadas al llegar la heredera. Dos días después de la llegada se dio la coronación y empezó la restauración de la capital y el reino, pero su majestad no confiaba en ninguno de los vasallos de su corte, vasallos que anteriormente estaban peleándose el trono, así que los despidió a todos y apegada a mí por los últimos eventos, me pidió a mí hacerme cargo.

 

No accedí en un inicio, después de todo no creía posible que los nobles del reino además del resto de nuestros ciudadanos, seguirían las ordenes de una mujer de tan poca edad y experiencia. Sin embargo, la solución fue propuesta por Sir Sakomizu, de modo que, para no despertar sublevaciones a causa de mi imagen, comencé a usar una armadura de cuerpo completo que me brindó de poder, respeto y honor. Simplemente, lo necesario para que la gente acatara mis órdenes sin pensárselo dos veces. Mi juventud al igual que mi imagen y prácticamente mi nombre, fueron escondidos u omitidos para así servir a su majestad, a cambio, ella destinó todos los recursos que solicité para levantar el más esplendido castillo en las tierras de mi padre, pues en el asedio el castillo quedó en ruinas.

 

Su majestad me dio suficientes recursos y me cedió las tierras de los señoríos que se quedaron sin herederos, finalmente, todas las tierras norteñas pasaron a ser mías, en ellas venían incluidos los recursos y los trabajadores que me permitieron construir el castillo a una velocidad atroz. Con el tiempo gané popularidad, visualmente hablando; siempre estaba con su majestad, siempre estaba en compañía de mis caballeros (y vasallos) más leales y poco a poco comenzaron a llamarme: “El caballero del reino” o “El caballero de su majestad”, una estrategia conveniente que hizo que mi nombre se olvidara aún más de lo perdido que estaba. Sí, en un principio los nobles exigían saber mi nombre y la casa a la que pertenecía, las primeras veces mencionaba el nombre de mi casa y para no entrar en detalles aludía a la lealtad a la reina, después, simplemente ignoraba a los prepotentes.

 

- ¿y tú quién eres para mandarme? –solían decir algunos, entonces daba una señal con la mano y mis caballeros lo encerraban en el calabozo del palacio unas cuantas semanas, luego era presentado ante su majestad, después de eso casi siempre suplicaban perdón y cuando menos se mostraban arrepentidos, aunque nunca faltaba alguno que no se doblegaba y tenía que pasar encerrado unos meses más. Se tenía que gobernar con mano dura y sin vacilación, solo así el reino se recuperó.

 

Tan solo tres años después de aquellos fatídicos sucesos la conocí. Era la primera celebración con bombo y platillo del reino, donde el tema principal de la celebración era la conmemoración de los caídos en el asedio de hacía ya tres años. El reino ya podía darse el lujo de pagar una celebración sin ser mal vista por los ciudadanos, más aún cuando el motivo eran los fallecidos. Debido a eso y porque quizás todos en el reino tenían a alguien que habían perdido, la celebración fue un éxito, tanto así que se convirtió en un festejo nacional.

 

Mientras que por la tarde hubo comercios y la concurrencia gastaba en comida, por la noche las tabernas estaban llenas, al mismo tiempo que en el palacio hubo un modesto brindis donde finalmente me encontré con ella frente a frente. Cada señor a cargo de tierras vino al festejo con sus más cercanos familiares, algunos venían de lejos y otros ya estaban en la capital, cuando su majestad apareció para iniciar la celebración, todos le dieron un saludo con reverencia a su majestad, y es ahí cuando la admire, llevaba un vestido que se le ceñía al cuerpo y destacaba su exquisita compleción juvenil, toda su figura parecía haber sido cincelada por el más fino y exquisito arte de nuestros mejores escultores. Me robó el aliento cuando sentí que sus ojos se clavaban en el visor de mi casco. Sabía que nadie podía verme ni los ojos, pero aun así me sentí nerviosa, incluso temí tropezarme con mi armadura.

 

Después de aquel primer encuentro, hubo algunos más, después de todo, era familiar de su majestad y en aquellas veces me dije: bueno, es bonita. Pero lo bonito duraría poco, no quería admitir su belleza porque sería como confirmar mi gusto por ella, pero finalmente, después de un año lo pude aceptar y con ello comenzó el desenfrenado y obsesivo romance por la dama.

 

Ahora, han pasado tres años más después de aquel encuentro y supuse que la doncella no contraería nupcias, pues de una forma u otra su majestad solo hablaba de sus temas personales conmigo, y los temas que solía comentar es que estaba cansada de escuchar las suplicas de su tío que le rogaba un buen prospecto para su hija, su majestad solía hartarse, pero yo aprovechaba la información.

 

Viviremos así por siempre, solía pensar, en nuestra soledad, el amor lejano, el deseo ardiente que se aviva cada noche en silencio, un silencio frio y solitario, pasaran los años y yo te recordare, con dicha, con afecto, con el recuerdo del amor que cubrió toda mi existencia, un amor único para una persona única, un amor añorado y negado, pero al mismo tiempo mágico e impoluto, carente de las manchas que deja el egoísmo humano, así será nuestro amor. Lejano, muy lejano, solo el viento se llevará mi amor en los susurros que levan tu nombre y será mi cómplice en este ardiente anhelo, el anhelo de lo imposible y por eso mismo tan deseado.

 

Muchas veces, había días en los que me despertaba y al ver los rayos dorados del sol, me era imposible no recordarla, pues su sonrisa iluminaba tanto como el sol, ver su sonrisa me hacía feliz, ella es un deleite que los dioses me han concedido en esta vida, y solía pensar que con esa situación me conformaba y aun así… ese “sabes que puedo darte a quien quieras…” resonaba en mi mente en los días en que mi deseo resultaba doloroso, sin embargo, me negaba, un día reuniré valor y lo haré, aún hay tiempo me decía, así que con ese pensamiento podía continuar.

 

-mi señora… -el día de hoy, había pasado todo un día de audiencias a lado de su majestad y tenía ya lo pies cansados, solo deseaba llegar a mi habitación, quitarme la armadura y perder el conocimiento, pero ahí estaba Sir Kanzaki fastidiando.

-te he dicho que no me llames así –le dije, mientras poco a poco nos alejábamos de los aposentos de su majestad.

-los guardias que están ahí son de confianza –Sir Kanzaki también era de confianza, era el hijo de un vasallo de mi padre, de mí misma edad y que había crecido en mis tierras –después de todo este tiempo aun es extraño llamarte Sir o su señoría.

-no le des mucha importancia, un día de estos acabaré con eso…

-no a tiempo para casarte, eso seguro –iba a replicar una vez más porque llevaba mucho tiempo insistiendo con el tema, más exactamente, desde que él se desposo el pasado año –antes de que digas nada, ¿quieres venir a la taberna?

-no tengo ganas de tratar con ebrios.

-su señoría, por favor, insisto –y sonrió ampliamente mostrando todos sus dientes. Si no accedía se pondría insoportable.

 

La única razón para tanta insistencia, es que él aprovechaba mi prestigio como líder de los caballeros de la guardia real y comandante del ejército, es decir: “El caballero de su majestad está conmigo”, para así no tener que pagar en la taberna, beber hasta embrutecerse sin importar los destrozos y acostarse con cuanto hombre, mujer o cosa se le pasara por enfrente, deslumbrados por verme, o más bien, ver las lujosas armaduras que solía llevar. Suspire sabiendo qué me esperaba. Sin embargo, luego de llegar a la taberna y sentarnos, le lancé una pequeña amenaza.

 

-si haces alguna idiotez que me avergüence, hare traer a tu esposa, no le va a gustar viajar por tres días estando encinta.

-no harías eso –me dijo, por primera vez asustado.

- ¿es eso un reto? –la chica que servía nos trajo la cena y bebidas más grandes a lo que habíamos pedido, cortesía del tabernero, dijo. Más tarde, se nos unió Sir Takeda, quien rápidamente se puso melancólicamente ebrio ¿la razón? Una joven doncella.

-mira, ¿Por qué estas así? –le decía Sir Kanzaki -pides su mano y ya.

-oh no, no es posible, su padre no aceptara, quiere un yerno que no tenga un oficio peligroso.

-tonterías –replico Sir Kanzaki –sin duda se sentirá alagado.

-no, no, sé que no lo permitirá –Sir Takeda ahora sonaba necio mientras yo bebía con calma mi sidra.

-oh vamos, esto es muy fácil de arreglar –decía con cierto tono de diversión -sube a su balcón, tómala en tus brazos… y róbatela como todo un caballero –yo casi escupo mi sidra al tiempo que cayó el visor de mi casco.

-no, no podría hacer eso, ya lo he pensado, pero… -yo me recuperé de la impresión y tomé otro sorbo de sidra, acomodándome el casco nuevamente.

-pamplinas, es lo más romántico que se hace en estos tiempos, ella caerá a tus pies y a su padre no le quedará de otra.

- ¿de verdad eso cree, Sir Kanzaki? –preguntó con verdadero interés.

-claro que si Sir Takeda, ¡un acierto total!

 

Tenía ahí a un par de imbéciles. Como si con ellos dos no fuera suficiente, casi inmediatamente apareció Sir Yuuichi, se sumó a la reunión y al instante apoyó la moción. Yo me quedé en silencio oyendo a los tres compaginando sus opiniones únicamente en pos de su conveniencia… ¿caballeros? Aquellas conductas no eran propias de un verdadero caballero. Resoplé y bebí mi sidra.

 

-su señoría –dijo Sir Kanzaki - ¿me equivoco al sospechar, que no está de acuerdo? –dejé mi bebida en la mesa al incluirme en la conversación.

-no se equivoca Sir Kanzaki, no estoy de acuerdo.

- ¿Por qué no está de acuerdo, su señoría? –esta vez fue Sir Yuuichi –yo me robé a mi esposa y me ha ido muy bien –yo refunfuñé mentalmente, pero contesté con serenidad.

-no es la manera correcta en la que actúa un caballero –terminé por decir. Los tres se quedaron callados momentáneamente.

-pero todos lo hacen –respondió Sir Yuuichi.

-de no ser así, no habría matrimonios –afirmo Sir Kanzaki –los padres son demasiado exigentes y eso también es por conveniencia, míralo de este modo ¿no te gustaría que un noble caballero te llevara en sus brazos y te desposara? –dijo, planteando un idealizado escenario.

-no –apreté un puño –mandaría a cortarle las manos después de un largo tiempo en el calabozo.

-debes tener en cuenta que su señoría es especial –le dijo Sir Yuuichi a Sir Kanzaki y este último rio.

-bueno, tal vez tú lo odiarías, pero la gran mayoría de damas no.

 

Apoye el mentón en una mano y la otra repasó los dedos por la mesa ¿será posible? Ellos continuaron charlando sobre el mismo tema mientras yo hice lo mismo, ahondando sobre el tema en mi mente. Obviamente yo no permitiría que ningún imbécil me llevara, pero hay varios puntos que evitarían que eso sucediera, en primer lugar, nadie es tan osado como para acercarse a mí, por lo que un cortejo esta fuera de las posibilidades; el ser la mano derecha de su majestad, así como la autoridad que ejerzo, intimidan a muchos en el reino. En segundo lugar, y suponiendo que se pueda dar un acercamiento… le cortaría la garganta antes de que me pongan una mano encima. En definitiva, tal como lo ha dicho Sir Yuuichi, soy un caso excepcional. De modo que… si dejo a un lado mi perspectiva personal, ¿otra mujer accedería a ser robada? Lo pensé unos minutos mientras bebía lentamente mi sidra… definitivamente no.

 

Llegada cierta hora de la noche, estaba cansada tanto de mis actividades y el arduo trabajo que es acompañar a su majestad, como de escuchar a tres grandes imbéciles mientras absorbían cerveza como esponjas y se embrutecían cada vez más. De modo que me puse de pie, dejé unas monedas en la mesa y me despedí vagamente. Replicaron para que no me fuera, pero finalmente los dejé atrás. Al salir, mi escudero y dos de mis sirvientes estaban esperándome con mi caballo a la mano. Cabalgamos hasta mi humilde residencia. En la capital tenía una modesta casa, suficientemente grande para el servicio y mis necesidades personales. Inmediatamente de llegar ordené la tina y agua caliente mientras dos doncellas me ayudaban con la armadura.

 

Después de un rato el baño estuvo listo y pude deslizarme en el agua caliente mientras una de mis doncellas llevaba mi espalda. En mi experiencia, ninguna mujer a la que le impongan un destino es feliz, lo aceptan con resignación y si tienen suerte llegaré yo para sacarla de esa situación, como ya he hecho muchas veces, porque sé que no son felices. Probablemente, de haber sobrevivido mi padre, ese sería mi destino, quizás, ya a esta edad estaría casada y con hijos, pero las cosas no fueron de ese modo y ahora estoy aquí, como ama y señora, libre de compromisos forzosos. Seguramente me quedaré así, guardando mi amor solo para mí, y como dice en aquel libro: “la distancia aviva el amor”, entre más lejano e imposible, más ardiente y terco es este sentimiento por ella… suspiré, que desdicha.

 

En los días siguientes, viviendo la misma rutina una y otra vez, olvidé el tema. Ya habían pasado largos y tempestuosos años de trabajar en la recuperación del reino, ya habían pasado los años donde salía trabajo de cada rincón posible, se habían apagado revueltas, se habían capturado ladrones, escoria extranjera, estafadores y esclavistas, se habían refinado las viejas leyes y creado nuevas direccionado recursos a lo largo y ancho de la ínsula, para así embellecer el reino, ahora, solo tenía que ir y estar de pie junto a su majestad unas semanas más y me tomaría un descanso.

 

Solo unas semanas más, me dije, mientras acompañaba a su majestad a una audiencia inusual, en calidad de muerto viviente, o más bien, en mi apatía usual con el resto de la población que venía a hacer peticiones absurdas, últimamente había muchas de esas, “excelencia, solicitamos recursos para hacer más grande nuestra iglesia”, “su majestad, el presupuesto para las festividades de este año son muy modestas”, “alteza, queremos proponer una nueva festividad en su honor”, “majestad, proponemos justas”, todo el mundo quería más y más dinero para cosas innecesarias… ¿Qué se les contestaba? “mandaremos a un delegado a hacer una valoración”.

 

De modo que no esperaba algo diferente de lo usual, lo único diferente es que su majestad iba a atender la audiencia en un salón privado. Le seguí los pasos con cierta apatía hasta que al entrar me encontré al objeto de mis pasiones, acompañada de su amiguito de siempre y sus padres. Una vez que ayudé a su majestad a sentarse, me situé a su lado con la espalda bien derecha mientras secretamente apreciaba la belleza de sus facciones.

 

-su majestad –después de la presentación de su majestad, el pequeño amiguito de tan hermosa dama se apresuró a hablar –estoy aquí presente, para rogar su real perdón y suplicar su favor, el motivo de esta audiencia es pedir su consentimiento para desposarme con la dama aquí presente –al instante de escuchar semejante exigencia casi caigo sobre mis asentaderas, por suerte pude mantener la dignidad y corregir mi perturbada postura.

-concedo mi permiso para el matrimonio –al instante sentí bajar algo por mi estómago un vértigo muy desagradable ¿Qué barbaridad estaba diciendo su majestad? - ¿y porque ruegas mi perdón?

-cometí el error de comenzar las amonestaciones antes de su permiso, su majestad –miré a su majestad, rogando que lo mandara al calabozo en ese instante, al ver que pasaban los minutos y no decía nada, yo albergué la esperanza, sin embargo -solo por esta vez lo dejare pasar, único heredero de la casa Homura, ya que tenía conocimiento de la noticia mucho antes –me vi forzada a no girar la cabeza ¡¿Cómo que ya sabía de esto?! ¡¿En qué momento?!

-apreciamos su grandiosa misericordia, su majestad –contestaron todos, yo me sentí ensombrecida por la furia y frustración.

-pueden retirarse, tengo más audiencias el día de hoy –entonces su majestad los despachó y de un brinco bajó de su silla.

 

Le seguí los pasos con pesadez, mientras por medio del visor del casco le di una última mirada a ella, todos sus acompañantes comenzaron a hablar animadamente, lo último que escuché antes de salir del salón es que harían una celebración privada. Apreté los dientes, comencé a respirar rápidamente por el enojo y me forcé a mí misma a tranquilizarme, pero en mi mente solo había unas cuantas palabras: “¿Cómo? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!” simples preguntas que cada vez causaban más irritación a pesar de que deseaba estar tranquila, el resto de las audiencias fueron un suplicio. Tuve tiempo suficiente durante las audiencias para pensar en el corto intercambio de palabras que había acontecido. Conque ya habían hecho correr las amonestaciones he, eso tenía que verlo ¿Cómo dijo su majestad que se llamaba? Enano del demonio…

 

Por ello, lo primero que hice al despedirme de su majestad, fue ignorar tanto a Sir Yuuichi como a Sir Kanzaki para ir directamente a la iglesia. Prácticamente los hice a un lado mientras a pasos raudos salía del palacio. No me importó dejarlos con la palabra en la boca y molestos, más molesta estaba yo y más molesta me puse al confirmar las amonestaciones. ¡Demonios! ¡¡Diablos del infierno!! Estuve a punto de tomar la hoja de amonestaciones y despedazarla, pero en su lugar regresé caminando hasta mi residencia, estando ahí las doncellas se apresuraron a quitarme la armadura y nada más ver mi rostro se esfumaron de la habitación. Las siguientes horas las viví como una bestia enjaulada, moviéndome en círculos ansiosamente, hasta que los pies me dolían tanto que me senté en el sofá frente al hogar.

 

Entonces suspiré y me hundí en el asiento… se va a casar… creí, erróneamente, que ella sería similar a mí, que jamás encontraría a alguien suficientemente bueno, pero ¿Qué clase de broma era esa de en la mañana? El muchacho apenas y tenía la edad mínima para casarse… ¿o simplemente era enano? Quizás es muy rico, susurró una voz interna… de ser así, ¿ese era el requisito? ¿eso era todo lo que ella deseaba? ¿dinero? Creí que valoraba otras virtudes, darme cuenta de ello fue decepcionante, o talvez estaba saltando a una conclusión precipitada debido a mis sentimientos… talvez.

 

Volví a suspirar… recordé las amonestaciones, recordé el permiso de su majestad, supongo que he estado luchando todo el día contra el hecho de que ya es una certeza o más bien, prácticamente un hecho que ella desposará al muchacho… y lo odio. ¿Debería retarlo a un duelo? Esta más que claro que lo vencería sin esfuerzo, pero, ¿Qué hay de ella? ¿si yo gano ella ya no se casaría? Incluso podría ser todo lo contrario, además ¿su majestad consentiría esa conducta? ¿ir en contra de las ordenes que ya ha dado? No, sería demasiado…

 

Aquella noche casi no pude dormir y en los siguientes días me sumí en una nube de pesadumbre, repitiéndome casi todo el tiempo: “la belleza de mi amor se encuentra en lo inalcanzable”, asumiendo y asimilando la idea que tanto tiempo me había repetido. Comencé a tratar de animarme al pensar en las historias que solía leer, animándome al pensar que incluso estando casada talvez pueda seducirla, así como hacían los caballeros de los libros… talvez… podría así abrirse una nueva posibilidad y ahora si pueda acercarme a ella… aunque… ¿te has te has dado cuenta que, estarías tocando lo que el enano ya manoseó? Además de que, hacer eso me colocaría en un estatus inferior al del enano… rechiné los dientes y apreté las manos, ¡No! Dije finalmente, me niego a verla casada con ese enano y hacer cosa alguna que rebaje mi posición y mi linaje, pero la reina, las amonestaciones, la apropiada conducta de un caballero… ¿será posible?

 

Era ya el segundo día después de la noticia y reacia a aceptar el destino, seguía hundida en mis asfixiantes pensamientos, aun cuando estaba en las audiencias de su majestad; entonces recordé la conversación entre Sir Kanzaki y Sir Takeda… ellos estaban acompañándome el día de hoy, curiosamente, los miré y recordé las palabras: “róbatela como todo un caballero”. Perdí la compostura por unos momentos y luego volví a erguirme derecha en mi sitio. Pase el resto de las audiencias planeando, imaginando, había muchas complicaciones, pero todo podía resolverse con facilidad si utilizaba mi más secreto recurso, la carta de triunfo, solía decirle, o más bien, cartas…

 

Al terminar las audiencias regresé sin escalas a mi residencia, hice que mi caballo galopara por las ruidosas piedras de las callejuelas, piedras muy secas, pensé, para ser verano ha habido muy poca lluvia, pero vamos a arreglar eso. Mientras galopaba con mi escudero siguiéndome los pasos, comencé a pronunciar en voz baja uno de aquellos pasajes secretos de mi familia, mi escudero no escucho una sola palabra, pero si sintió el resultado, una fina brisa y después una torrencial lluvia, llegamos empapados a la residencia antes de que comenzaran los truenos a azotar el cielo, con furiosos vientos azotando ventanas, fustigando los oídos. No estaba molesta en absoluto por estar tan mojada, estaba complacida, la lluvia parecía una manifestación de mi molestia interna. La hechicería era un secreto bien guardado en mi familia que solo utilizábamos en situaciones muy específicas, aunque a veces, como en el caso de mis padres, no puede salvarte del destino.

 

-Takumi, manda un mensaje a la señora Sanada, dile que prepare una habitación para un invitado y que espere mi llegada por la madrugada, para cuando yo llegue, quiero que esté todo dispuesto.

-si su señoría –mi escudero salió y las doncellas se apresuraron a quitarme la armadura y la ropa mojada.

-Senou, Harada, en cuatro horas quiero un caballo resistente y descansado, mi armadura de prácticas, un saco y una soga.

-si su señoría –tanto ellas como todo el personal de servicio era de mi mayor confianza, sabía que no dirían una sola palabra sobre mis movimientos.

-saldré por la noche, solo en caso de que su majestad me busque le dirán que regresé al castillo, de no ser así, ni una explicación a nadie, ni a Sir Kanzaki o Sir Yuuichi.

-si su señoría –tras tanta práctica, tardaron solo unos minutos más retirando la armadura.

-manden al infierno a cualquier atrevido que sea molesto.

-si su señoría –posteriormente, salieron de la habitación.

 

Fue entonces cuando me dejé caer en un diván cerca del fuego y extendí los pies sobre la alfombra de tonos rojos y dorados. Mientras poco a poco se secaba mi cabello comencé a planear cada movimiento, quizás la lluvia no sería suficiente. No debía haber un solo testigo, iría por ella y la llevaría a mi castillo, simple y sencillo, perfecto. En mi mente el plan era perfecto, de ese modo evitaría que una joven y bella mujer se desposara ante insignificante aspirante, él no estaba a su altura, ni física ni mentalmente, quizás lo había aceptado en un momento de desesperación; muchas mujeres suelen angustiarse al ver pasar el tiempo y que no encuentran un pretendiente que cumpla sus exigencias, entonces, impacientes, llegan a aceptar a cualquier gañan que les endulza el oído. Eso debe haber sucedido, me dije, mientras apretaba un puño, aun molesta.

 

Horas más tarde comencé a vestirme y llamé a las doncellas, que estaban ya listas con la armadura que había solicitado. Me colocaron la desgastada armadura con rapidez y exactitud, unos minutos después ya estaba colocada por completo y solo colocaba mi espada en el cinturón de cuero. Bajé las escaleras, presurosa, y en la puerta ya estaba el caballo que había solicitado, rápidamente al montar vi como mi escudero se preparaba para acompañarme, pero lo detuve y le ordené que se quedara, iría sola. Al salir de la residencia la lluvia comenzó a empaparme, la noche era ligeramente cálida y el viento refrescaba el ambiente. No quería que por alguna razón alguien me descubriera rondando la residencia, así que luego de recitar un hechizo, se desplego una concentrada neblina blancuzca.

 

La neblina era tan intensa que debía cabalgar muy lentamente para no chocar contra algo o alguien, fue molesta hasta cierto punto, ya que también me dio mucho tiempo para acostumbrarme a la lluvia, a los sonidos, al caballo y como conocía bien la zona por la que estaba transitando, me dio cierta seguridad. Cruce las calles y a mi alrededor se notaba una que otra luz en el interior de las casas, sin embargo, para cuando llegué a la residencia de la dama de mis paciones, ya era suficientemente tarde como para que nadie estuviera despierto. Bajé del caballo y utilicé un hechizo que me concedió mayor fuerza por un tiempo moderadamente limitado, mi especialidad eran los hechizos de resistencia, pues los usaba todos los días, pero con los de fuerza no me iba tan mal tampoco, podría levantar dos caballos fácilmente. Después, escalé una pared y caí en un jardín, era amplio y con arbustos podados, caminé unos metros y entonces vi un balcón, ¿será posible?

 

Medite unos minutos ¿forzaba la puerta o buscaba entrar por ese balcón? Claro que entrar por ese balcón no me garantizaba que ella estuviera ahí, pero, bueno ¿Qué perdía con intentarlo? Me puse a mirar entonces las paredes que estaban hechas, como todas las del reino, de piedra y tenía que fijarme bien donde ponía los pies. El hechizo fue muy útil, de no haberlo usado ya habría caído al menos unas tres veces al suelo. “Sube a su balcón, tómala en tus brazos, y róbatela como todo un caballero, sube a su balcón, tómala en tus brazos, y róbatela como todo un caballero…” me decía mientras escalaba la pared con la lluvia golpeándome el yelmo y mojándome cada parte del cuerpo, unas más profundas que otras… después de un rato terminé de escalar y pude asentar bien los pies en el balcón, solo entonces me asomé por la ventana, no veía nada hasta que un relámpago iluminó lo suficiente como para ver a través del dosel una figura en la cama, parecía ser solo una persona.

 

Me lo pensé unos minutos y luego abrí la ventana, que estaba, casual y afortunadamente, sin asegurar. Al instante de ingresar, el ruido de la lluvia contra la armadura se acabó y escuché como el agua caía a gotas en el interior de la habitación, mojando la alfombra. Mucho ruido, pensé escandalizada, luego un trueno cruzo el cielo en la lejanía y la persona en la cama no se movió. Sueño profundo, pensé. Entonces me acerqué, corrí el dosel y ahí estaba ella. El ruido del agua quedó en la lejanía mientras la contemplaba dormir. Su cabello estaba esparcido por la almohada y en el ambiente estaba su aroma personal. Sentí la emoción vibrar en el pecho, me pude haber quedado ahí para siempre hasta que un relámpago volvió a iluminar la habitación. “Sube a su balcón, tómala en tus brazos, y róbatela como todo un caballero” me volví a repetir, pero sabía que ella no se iría en mis brazos así como así, de modo que levante la fina sabana que la cubría y ate sus pies con la soga, aprovechando que estaban juntos, al terminar ella no despertó.

 

Aproveche mi suerte y tome sus manos, justo cuando terminaba de atarlas ella despertó y casi después un relámpago me exhibió ante ella, me miró y no le di tiempo a nada porque la amordacé, el corazón me latió rápidamente en nervios, así que me di prisa y aprovechando su conmoción le tapé la cabeza, después pensé rápidamente, ¿bajaba por la casa o por el balcón? El balcón es más rápido me dije, así que la levante y la puse en mi hombro, abrí ambas puertas de la ventana, y me quedé de pie en el borde del balcón, viendo al jardín del piso de abajo mientas sostenía bien sus piernas con un brazo. “Sube a su balcón, tómala en tus brazos, y róbatela como todo un caballero, sube a su balcón, tómala en tus brazos, y róbatela como todo un caballero…” me dije mientras afianzaba un pie en el borde del balcón, puedo hacerlo, será sencillo, me decía mientas el temporal me azotaba el yelmo. No pienses, no te quejes, solo continua, me dije, entonces salté al piso de abajo, aterricé pesadamente con ambos pies sobre la hierba y no se sintió tan mal, de no haber el ruido de la lluvia, sin duda habría llamado la atención.

 

Segundos después, corrí hasta la pared y salté para agarrarme al filo, debido al impulso y la propia fuerza del hechizo, fue muy fácil saltar el muro, con un solo brazo sostuve ambos cuerpos y salté al otro lado, donde me esperaba el caballo. Bendito hechizo, me dije, de no haberlo usado no habría llegado ni al balcón. La coloqué justo frente a la montura, subí al caballo y salí a todo galope con la esperanza de no chocar contra ningún objeto al correr a ciegas. Estaríamos a mitad de la ciudad cuando ella comenzó a retorcerse, así que tuve que sujetarla con firmeza de modo que no hubo ninguna complicación para cruzar la ciudad y salir de ella sin que nadie lo notara.

 

Ella se cansó al poco rato y cuando estuvimos a una considerada distancia de la ciudad la levante para ponerla en una posición más cómoda, una donde literalmente estaría en mis brazos, pero volvió a revolverse, estaba justificadamente molesta, entendía su posición, pero no por ello iba a echarme para atrás en esta decisión, la regresé a la misma incómoda posición, como si fuera un simple equipaje que sujete con fuerza y firmeza, luego, ya bien asegurada la carga, pronuncié un hechizo que decuplico la velocidad del caballo, de modo que los tres días que normalmente me haría de viaje hasta el castillo, los hice en casi cinco horas. Atravesé campos y praderas con rayos que latigueaban el cielo, subí y bajé montañas sin vacilación, a veces los relámpagos ayudaban a ver mejor el camino y aunque había truenos que se sentían muy cerca, sabía que ninguno golpearía contra mí, pues había sido yo quien los había creado.

 

De hecho, el viaje habría sido sumamente cómodo aun con la lluvia si no fuera porque ella gustaba de retorcerse cada cierto tiempo. Era bastante incómodo y frustrante, aunque eso me hacía admirarla, tiene un espíritu de lucha, no se resignaba ante la situación, una mujer fuerte. Eso me gustaba.

 

Cuando llegamos a lo alto de la última colina pude divisar mi castillo a lo lejos, cruzamos las llanuras muy rápidamente y tuve que jalar las riendas del caballo para que se detuviera justo en la entrada, en ese momento retire el hechizo del caballo al tiempo que me quitaba el yelmo y los guardias me abrían al ver que era yo. Los salude brevemente con la mano y continúe mi camino. En un trote más ligero atravesamos las calles de la ciudadela hasta llegar al verdadero castillo, en el centro, donde el rastrillo siempre estaba levantado, así que pase sin más e ingresé hasta llegar a las puertas del edificio principal, donde salió el mayordomo a recibirme, seguramente ya informado por la señora Sanada.

 

-mi…

-shhhh… -le dije para que guardara silencio.

 

Aun no sabía que me esperaría con ella ni que pasaría después así que lo mejor era ser precavida. Bajé del caballo y luego me la lleve en el hombro, tal y como había pedido, ya estaba preparada una habitación para mi invitada, aunque por la cara del mayordomo, creo que no esperaban que fuera una invitada en estas condiciones. Siguiendo los pasos del señor Ishigami llegamos hasta la habitación que ocuparía. Él fue hasta el hogar en la otra estancia y lo encendió rápidamente gracias a una antorcha, al terminar dejó un candil muy cerca y se retiró con rapidez, estando ya a solas le quite el saco que le había puesto, su cabello estaba mojado y revuelto, además la mordaza se veía muy apretada, no quería que gritara así que libere sus manos primero, después le quite la mordaza, quedando así su rostro libre, la tenue luz iluminaba sus finos rasgos a través de la penumbra, di unos pasos atrás y la admiré, a pesar de estar mojada, sucia y despeinada, lucia arrebatadoramente sensual…

 

Aunque el sentimiento de culpa no tardó en aparecer, mire sus muñecas y como la mordaza le había enrojecido algunas partes del rostro. Soy una bestia, no debí hacer esto, pero… ni siquiera estas magulladuras silenciaban su belleza, quise ponerle una mano encima, darle una caricia, pero me retuve, di media vuelta y salí de la habitación apresuradamente.

 

- ¡No! ¡Espera! ¡¡No!! –grito ella cuando cerré y atranqué la puerta. Fuera estaba el mayordomo mirándome con los ojos bien abiertos.

-llama a alguien que custodie la puerta, quiero guardias en cada esquina, organiza turnos, no quiero que pase un solo momento del día sin vigilancia.

-si su señoría –entonces bajamos las escaleras hasta llegar al salón principal donde ya estaba encendido el fuego y la señora Sanada acomodaba unas cosas.

-señoría, espero que los preparativos le hayan complacido.

-desde luego señora Sanada –entonces me senté en una silla de madera cercana, aun chorreaba agua así que me quedé fuera del tapete –como ya le dije al señor Ishigami, quiero guardias en cada esquina del castillo, literalmente en cada esquina, que ni una mosca pase sin ser vista.

-si su señoría –respondió Ishigami, muy complaciente, a decir verdad.

- ¿Quién es la joven, señoría? –pero la señora Sanada a veces podía no ser tan dócil, que barbaridad, la he consentido demasiado. Sin embargo, me crucé de brazos y lo pensé unos momentos. Me llevaba bien con la señora Sanada, lo suficiente como para a veces compartirle alguna de mis cosas, pero no estaba segura de qué decir en esta situación ¿mi futura esposa? ¿eso debía decir? Era complicado de explicar dada la situación y, sobre todo, no quería dar explicaciones, de modo que simplemente cambie de tema.

-señora Sanada, aun no sé bien que tengo en las manos… así que quiero discreción y que la señorita no mire el castillo –la respuesta no pareció convencerla, pero sabe bien que no tiene por qué replicarle a su señora.

-si su señoría –entonces me puse de pie, dejando la silla mojada.

-proporciónele inmediatamente un baño caliente para que no se enferme, trátela como mi mejor invitado, pero no la deje salir –en ese justo momento me pregunté qué tan bueno sería que ella no pudiera salir de su habitación, quizá no sería muy saludable… –ella no puede ir más allá del corredor, asígnele una doncella, consiga ropa y zapatillas, todo lo que pueda necesitar, confío en que sus eficientes manos harán lo propio hasta mi regreso.

- ¿se va, señoría? –asentí en silencio, era ya muy tarde y debía regresar a la capital para no levantar ninguna sospecha.

-así es señora Sanada, trataré de regresar cuanto antes, mientras trátela bien, ahora, llame a las doncellas para cambiarme la armadura y que me preparen otro caballo, de ser necesario llame a un médico, si es que ella enferma.

-pero señoría, está diluviando allá afuera…

-lo sé perfectamente bien, cumpla lo que le he dicho -después de aquello la señora Sanada salió presurosa al igual que el mayordomo. Obviamente quería cambiarme la armadura para que en caso de que alguien, quien quiera que fuera, que me hubiese visto robar a la dama, no pueda relacionar ni la armadura que vestía al momento del robo, ni al caballo, de forma que cuando regresará, no habría relación alguna, siempre hay que ir un paso adelante. Incluso llegué a pensar en mandar a fundir esa armadura vieja, no se perdería demasiado, es mejor no dejar cabos sueltos, nunca se es lo suficientemente precavida. Estaba pensando en eso cuando las doncellas llegaron, tardaron solo unos minutos en aparecer para quitarme la armadura.

-su señoría, ¿Qué armadura desea ponerse? –preguntó una de ellas.

-la que sea… la de bronce, rápido –entonces otras doncellas que habían llegado salieron corriendo, regresando justo cuando habían terminado de quitarme la última pieza, de modo que al instante llegaron a ponerme la armadura de bronce. Ellas, al igual que el servicio que tenía en la capital, estaban perfectamente familiarizadas con las armaduras así que fueron igual o incluso más rápidas en ponerme la armadura –limpien la armadura de practica y déjenla en el salón de armas.

-si su señoría –respondieron todas.

-debo irme, señora Sanada, vea que se cumplan mis órdenes.

-si su señoría –respondió luego de una levísima reverencia.

 

Con aquello ultimo me despedí de la señora Sanada y el señor Ishigami, salí del salón una vez más a la lluvia, donde me esperaba un caballo perfectamente descansado, tomé las riendas, monté y salí a todo galope en dirección a la ciudad capital. Una vez que estuve en las llanuras que rodeaban las murallas, pronuncié un hechizo aún más poderoso que centuplicaba la velocidad del caballo, aunque era una maravilla, era en igual medida peligroso. Tuve mucho cuidado en el trayecto y de esta forma, sobre todo por las precauciones, tardé una hora en llegar a la capital, donde la neblina aún permanecía estancada.

 

La neblina y la lluvia sirvieron para que pudiera llegar hasta mi residencia sin que nadie más hubiera notado mi ausencia. Al instante de entrar al edificio, el lacayo que hacia la guardia nocturna fue a avisar a las doncellas, que aun con el camisón fueron a quitarme la armadura mientras un baño caliente se montaba en la misma habitación. Usualmente, mientras me aseaban, también tallaba algunas partes, pero esta vez me deje lavar y secar, estaba cansada. Con la bata puesta me deje caer en la cama y dormí un par de horas hasta que entró una de mis doncellas a preguntarme si iría a presentarme con su majestad. Me levante con los ojos cerrados y me deje vestir, pero mientras colocaban el desayuno se me fue quitando el sueño que enturbiaba mi mente, recordándome lo que había sucedido.

 

A estas horas ella debe estar aún dormida… en mi castillo. Apreté los labios y luego me dije ¿Qué he hecho? Bueno, la robaste, ahora… ahora… ¿ahora qué? Me lleve una mano al mentón mientras la comida frente a mí se enfriaba… bueno, supongo que debemos casarnos, pero… ¿Cómo? ¿Dónde?

 

No pude comer apropiadamente hasta que llegó una de las doncellas a colocarme la armadura, solo entonces me enfoqué en el desayuno, se me hacía tarde. Aun contra todo lo agitado de la noche y con la neblina sumamente espesa, estuve puntualmente a la hora en que se tocan las trompetas en el palacio. Su majestad la Reina, tardaría una hora más en bajar a atender las primeras audiencias así que busque a Sir Kanzaki. Lo busqué por un rato hasta que lo encontré flirteando con una mucama de su majestad, esta última al verme se paralizo unos momentos y sin decir nada huyó del lugar, entonces Sir Kanzaki volteó a verme.

 

-ah, te encanta espantarlas a todas… -dijo con un suspiro y una sonrisa en los labios.

-tienes esposa… y lo peor, esta encinta -él se encogió de hombros.

-solo es algo de diversión, ¿Qué le trae por aquí? –entonces, en un acto nervioso, yo me crucé de brazos y me pase una mano por donde debería estar mi barbilla, aunque estaba tocando en realidad, una parte del yelmo; me aclaré la garganta antes de decir lo que pretendía, de hecho, me aclaré la garganta una vez más, dándome algo de tiempo.

-bueno, quería preguntar… -él alzo una ceja, curioso -en referencia a la plática del otro día… -volví a aclararme la garganta una tercera vez - ¿Qué se hace después de que robas a la chica? –él se quedó callado con la boca en una pequeña “o”, luego frunció las cejas y miro al techo, después a su izquierda y finalmente volvió a mirarme.

- ¿te refieres a lo que comentaba con Takeda la otra noche?

- sí, sí… justo esa ocasión… -entonces cerró la boca lentamente mientras me miraba fijamente, de no tener el casco puesto, él habría notado las particularidades de mi expresión facial, sí, estaba nerviosa.

- ¿Qué…? –dijo, con una expresión ahogada, después, una vez más - ¡¿Qué?! ¿no me diga que…?

-bueno, era una emergencia, así que lo hice –le respondí, justificándome.

- ¡Pero…! –se llevó una mano a la frente –a ver, a ver, espera… relájate –dijo más para él mismo que para mí mientras se pasaba una mano por el cabello. Luego, dio un par de vueltas en su mismo sitio y finalmente regresó a verme –exactamente ¿Qué hizo, su señoría?

-bueno… -di un par de pasos, pensando cómo empezar –había una chica… bueno, exactamente, se podría decir que hay… es decir, en tiempo presente… bueno, como sea, está esta chica que… -me lleve la mano a la frente como si él pudiera verme a través del casco –digamos que… me enamoré de ella desde hace un tiempo y… hace unos días me enteré de que se iba a casar…

-una señorita en edad de casarse, está bien… es… una ¿plebeya? O será acaso… ¿noble?

-bueno… su padre tiene un señorío… así, chiquito –le dije con los dedos, tratando de restar importancia; sorprendentemente él continúo sereno.

-sabes… un caballero cualquiera puede hacerlo, puede robarse a una mujer para hacerla su esposa, no es tan malo… si la mujer es una plebeya… pero la mujer es de la nobleza y… tú… tú eres el caballero de su majestad la Reina, el caballero a cargo de toda la guardia, de todo el ejército de su majestad… ¡Y demuestras tanta estupidez en esto! –me le quedé mirando fijamente unos segundos sin decir nada, sentí un repentino tic nervioso en el ojo derecho.

-no sea insolente Sir Kanzaki, conozca su lugar, su padre se avergonzaría de su manera de hablarme.

- ¡Es que…! ¡Debió preguntarme antes! ¿Qué vamos a hacer? Esto es un problema, un verdadero problema ¿Qué haremos si sus padres se enteran? No, ¿Qué pasa si los demás nobles se enteran? No, no, definitivamente esto es un problema, un problema monumental, ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Qué…? No, ¿Que va, USTED, a hacer? –me dijo, apuntándome muy groseramente con su dedo.

- ¡Eso es lo que venía a preguntante, imbécil! –le respondí, finalmente perdiendo el control.

 

Pero Sir Kanzaki no fue de mucha ayuda, pasó casi una hora quejándose de lo que había hecho, señalando todos los contras y los porqués no debí haber hecho lo que hice, un poco tarde, debo decir; en mi defensa, él no había sido muy claro, solo dijo: “róbatela como todo un caballero” y en esa sencilla explicación no había mucho que mal entender, simplemente era lo que era, bien, quizás actúe impulsivamente, quizás. Después de la larga perorata de Sir Kanzaki, finalmente llegamos a una conclusión, esto era un asunto demasiado grande para nuestras insignificantes manos, no podríamos arreglarlo nosotros mismos y que yo quedara intacta. O desaparecía con ella del reino, dejando nuestras tierras y riquezas, o la regresaba a su casa “como si nada hubiera pasado”, conservando todos nuestros bienes para que después de unas semanas ella retome el compromiso con ese sujetillo, PERO, como no estaba dispuesta a permitirlo, debía recurrir a una entidad más poderosa.

 

-tal vez… tal vez si acude con su majestad, ella pueda solucionarlo –me dijo Sir Kanzaki casi al final, volviendo a alisarse el cabello que se le había despeinado –es su única opción si quiere quedarse con la dama y aun mantener su estatus, su señoría.

 

Pero recurrir a su majestad la Reina era lo último que deseaba hacer. Su majestad me tenía en alta estima, podía pedirle lo que quisiera y me lo daría, así de magnifico era su esplendor y generosidad, sin embargo, al mismo tiempo no deseaba pedirle alguna cosa, porque, en primer lugar, ninguna de las cosas que había hecho por ella las había hecho por interés y, en segundo lugar, solía pensar que debía usar esa petición para algo realmente importante… entonces, como si mi mente se hubiera iluminado, razoné y llegué a una conclusión, ¿no era ésta una situación realmente importante?

 

Capítulo 4.

 

Cerré los ojos brevemente y respiré profundo. Sí, no había caído en la cuenta, pero realmente era una situación que ameritaba usar lo que fuera necesario para salir bien parada. De manera que me despedí de Sir Kanzaki y me encaminé a los aposentos de su majestad.

 

-debo irme Sir Kanzaki –me enderecé, respiré hondo y salí del salón.

-espere, ¿sí va a ver a su majestad? ¿le va a pedir ayuda? –él continúo siguiéndome aun cuando ya me encaminaba para ver a su majestad.

-así es, tienes razón, solo su majestad puede ayudarme, quizás sea hora de aceptar sus bondades.

 

Sir Kanzaki se llevó una mano al pecho y continúo siguiendo mis pasos mientras expresaba un monologo a veces sin sentido y del que yo no ponía atención. Sentía las palpitaciones de mi corazón en los oídos y como algo me provocaba vértigo en la boca del estómago ¿Qué seria? ¿emoción? ¿era emoción? Quizá sí, me sentía emocionada ante la perspectiva de que pudiera contraer nupcias de una forma legal, plena y absoluta con la dama de mis pasiones.

 

Al llegar a los aposentos de su majestad, Sir Kanzaki guardó silencio y se puso rígido mientras que yo tenía las comisuras de mi boca hacia arriba, siéndome imposible ocultar mi sonrisa, una sonrisa que nadie, por fortuna, podía ver. Los guardias que custodiaban a su majestad se enderezaron aún más al verme y por supuesto no tuvieron problemas con que yo tocara la puerta, segundos después, su majestad dio su permiso para entrar, sabía que era yo, ya que, como todas las mañanas, venía a recogerla para custodiarla hasta la sala de audiencias. Abrí la puerta y Sir Kanzaki corrió a esconderse a lado de uno de los guardias para que no fuera visto desde el interior; por alguna razón, Sir Kanzaki temía a su majestad. Pienso que, ya que era un hombre obsceno, se sentía apenado y perturbado ante la mirada pura de su majestad.

 

Al ingresar a los aposentos de su majestad, la encontré aun mirándose en el espejo, comprobando su apariencia, siempre lo hacía cada día, era importante para ella no tener un solo cabello fuera de lugar, su aspecto debía ser siempre impecable en presencia de sus súbditos, siempre decía que era uno de sus deberes.

 

-buenos días, su majestad –le dije, deteniéndome a unos metros de ella.

-buenos días, puntual, como siempre –dijo mientras se examinaba algo en su rostro.

-su majestad… -comencé, de una vez por todas –el día de hoy… -no sabía cómo empezar, así que me quede mirando su pequeña espalda mientras pensaba brevemente -nunca le he pedido nada a cambio, pero hoy necesito de su favor –mientras, con las manos les dije a las sirvientas que se retiraran de la habitación.

- ¿Cómo? –al instante se volteó, con una sonrisa pícara – ¿Me estas a pidiendo algo? –de pronto se notaba animada -todos mis súbditos quieren algo de mí, pero mi más leal servidora, quien más lo merece nunca me ha pedido nada, comenzaba a creer que eras rara.

-bueno su majestad, la situación lo amerita –ella se quedó callada con las cejas fruncidas –yo he… tengo un interés… en el sentido de que… estoy dispuesta a contraer matrimonio… de ser posible… -dije lo último en voz baja pero me parece que ella escuchó, después de todo dibujó una “O” en su boca y retuvo el aliento, me sentí momentáneamente avergonzada –o algo así, pero la situación era difícil y… el otro día escuche decir a Sir Kanzaki que un caballero podía robar a una dama que sea de su interés y…

- ¿robaste…? no, ¿secuestraste a una mujer? –bueno, si lo decía con esas palabras se oía, ciertamente, muy feo. Tensé la boca, subí la mirada, tragué saliva y contesté.

-básicamente, sí, su majestad –ella se quedó en silencio con los ojos bien abiertos, incrédula de mis palabras.

-quítate el casco, quiero ver si esto no es una broma –decía mientras hacia un puchero.

-por favor no, su majestad, no soportare el escrutinio de su mirada… -al mismo tiempo me tapaba el rostro con las manos por encima del casco.

-tenía que ser Sir Kanzaki quien te diera una idea tan boba, ese obsceno y depravado hombre, haré que lo cuelguen de… -entonces, repentinamente se oyeron unos pasos metálicos alejarse con prisa -…zoquete –ella exhalo un suspiro - ¿Y? ¿Quién es la mujer? Si fuera una plebeya no estarías aquí –pronto comencé a sudar frio, pero me mantuve firme.

-sucede… sucede que la conoce, su majestad… -ella frunció las cejas, desconcertada.

- ¿la conozco? –asentí con la cabeza - ¿personalmente? –volví a asentir - ¿Quién?

-su… -exhalé mesuradamente -su prima, su majestad –y sentí como mi rostro comenzó a arder mientras que ella se quedó pasmada.

- ¿la misma que vino hace unos días con su prometido a pedir mi permiso para contraer nupcias? te estas refiriendo a ella, ¿de casualidad? –por como lo dijo, tuve miedo de aceptar, pero finalmente dije que sí, después de unos momentos de silencio ella se llevó las manos a la frente - ¿eres imbécil? –con sinceridad, me sentí muy ofendida.

-sus modales, su majestad…

-entonces… entonces… ¿Por qué…? Te he dicho que te arreglaba un matrimonio con cualquiera en el reino, te pude haber dado doncellas y caballeros por igual, incluso, de haberlo pedido antes, te hubiera arreglado un matrimonio con ella, ¿Por qué esta tontería ahora?

-bueno, su majestad, yo no sabía que estaba comprometida… solo hasta que se presentó hace unos días lo supe, no sabía que más hacer… y ayer yo…

- ¿y la solución era secuestrarla? Eres el caballero más importante del reino, ¿Cómo el caballero más importante del reino hace estas idioteces? ¿quieres que te señalen como una salvaje? Piensa en ti, ¡Piensa en mí!

-no sabía que a su majestad le importaba tanto el qué dirán unos cuantos súbditos –le contesté, fastidiada.

-mis súbditos me dan poder, el padre de la mujer que has robado es muy importante, es uno de mis pilares en la sociedad al igual que el padre del novio, sin mencionar que es mi tío.

-ya veremos quién es más importante cuando llegué la guerra, su majestad… -respondí molesta -los pilares de su poderío somos nosotros, su majestad, su poder militar, su infantería, su caballería, todo su ejército y el ejército soy yo, me obedecen a mí, yo soy quien le da poder, no unos imbéciles que solo saben beber té.

-ambas partes son muy importantes, pero todo habría sido mejor si hubieras hablado antes ¿Qué edad tienes? ¿es que acaso no te diste cuenta que ya estás en edad de casarte, ella tiene casi tu misma edad ¿es que acaso no podías atar cabos?

- ¡Todo sucedió demasiado rápido! –con tantos señalamientos, esa fue mi mejor respuesta.

- ¿y cuando te ofrecía las docenas de candidatos? –decía, molesta, yo no supe que contestar - ¿Por qué rayos nunca le hablaste si te gustaba? –apreté los labios, frustrada y sin saber que contestar.

-está bien, está bien, es solo que creí que no se casaría nunca, igual que yo.

-pues creíste muy mal, para cualquier dama, el matrimonio es el pináculo de su vida, todas desean y ansían casarse, era obvio que ella encontraría no solo un interesado, ¡sino veinte! –luego ella tomó aire y yo baje la cabeza, mientras seguía soportando el regaño –tu habrías sido la mejor candidata.

-la mejor, sí… -admití, con cierto aire pesimista -precisamente por ello no lo hice, pude haber sido la mejor pero no dejo de ser mujer… talvez, no, seguramente me habría rechazado –su majestad entonces se quedó callada, sabía que yo tenía la razón –no voy a negarlo, mi condición sería muy diferente de ser hombre…

-pero… -ella quiso alegar, aunque no había argumento que pudiera usar.

-por ello, majestad, necesitaré de su ayuda –me acerqué más a ella y subió su mirada a verme, pues seguía sentada –tengo la intención de desposarla, pensé que algún día dejaría esta vida en la armadura, pero si quiero a la dama, tendré que permanecer de esta forma y que nadie se entere, de modo, su majestad, que me tendrá para siempre a su servicio –prácticamente estaba firmando un pacto con el diablo, pero estaba dispuesta.

-arrodíllate –me dijo y al instante lo hice, ella entonces suspiró –no seas boba –me dio un leve golpe en el yelmo –tú me rescataste, te debo mi vida, estoy conforme con toda la ayuda que me has dado en estos años, pero no pretendo explotarte, solo que me sigas ayudando de vez en cuando, sin importar la ayuda que te daré.

-claro que sí, su majestad –respondí por obviedad.

 

Al escucharla sentí algo de culpa, pues no la había salvado por mis maravillosos dotes heroicos, ni porque fuera fiel a la corona, o tuviera un gran corazón, la salve porque dio la casualidad de que mientras huía la encontré, además de que en ese momento razoné que mis padres habían dado su vida salvando a los anteriores reyes, que mi padre se había lanzado a una horda de soldados enemigos sin alguna posibilidad solo para que los anteriores reyes lograran escapar y así continuar su reinado, ¿y qué había sucedido? Ambos habían muerto al igual que los reyes ¿Cuál habría sido el propósito del sacrificio de sus vidas si por lo que lucharon también se había perdido? De modo que, al ver a la sucesora del Rey anterior, tome la decisión de que ella le daría sentido a la inmolación de mis padres, por eso la salvé y la llevé de aquí hasta el fin de la ínsula para protegerla… pero quizás, eso estaba destinado a suceder para que ahora ella me ayudara en estas dificultades.

 

-bueno, ahora hay que llamar a la canciller Sugiura y habrá que cancelar mis audiencias… -sin embargo, fue interrumpida en ese momento porque alguien tocó la puerta de la habitación.

-su majestad, me envían por un asunto urgente –habló el lacayo desde fuera, tanto ella como yo fruncimos las cejas.

-pasa –musitó a penas su majestad, pero el lacayo, acostumbrado a la voz baja de su majestad, entró y se inclinó ante ella.

-su majestad, su tío ruega una audiencia privada, su hija ha sido raptada en algún momento de la noche –ella respiró profundo mientras me veía.

-que espere, antes tráeme a la canciller Sugiura y a mi secretario, rápido.

-si su majestad -el sirviente se fue casi corriendo y cerró la puerta con igual prisa.

-ah, olvide pedir que trajeran a Sir Kanzaki, necesita un regaño.

-me encargare de eso su majestad –caminé hasta las puertas de la habitación y a uno de los guardias ordené que trajera a Sir Kanzaki. No demoro demasiado y tanto la canciller como el secretario llegaron inmediatamente.

-majestad –se inclinaron ambos al ingresar a la habitación.

-canciller Sugiura, necesito de sus habilidades políticas… -entonces, en los siguientes minutos, su majestad le explicó la situación a la canciller mientras ella ponía una cara de no haber escuchado una sola palabra, aunque ya no era novedad su expresión, parecía desconcentrada, pero en realidad era eficiente.

-no veo cual es el problema su majestad –dijo Sugiura –a su honorable tío no le quedará de otra más que aceptar el matrimonio ahora que su hija ha sido robada.

- ¿de verdad? –pregunto la reina.

-de verdad, puede confiar en mí, si me permite, sería bueno llamar a su apreciable tío una vez que esté escrito y sellado el permiso con su bendición al matrimonio.

-excelente, entonces que se redacte inmediatamente –con una sonrisa en los labios miró a su secretario y con un movimiento de la mano le ordeno comenzar a escribir, por su parte, el secretario se acomodó rápidamente, extendiendo el pergamino, sacando la tinta y mojando la pluma.

-majestad, con su permiso iré por el sello real –dijo la canciller.

 

El escrito del permiso con la bendición de su majestad estuvo terminado, firmado y sellado en menos de media hora. Una vez que me fue entregado, nos desplazamos a un saloncito privado donde estaba esperando el pariente de su majestad y pronto mi futuro suegro, visiblemente alterado y molesto. En el salón también estaba Sir Yuuichi y Sir Kanzaki, entonces entendí porque no había llegado antes. Al entrar y verlo, su majestad frunció las cejas y él se quedó tieso mirando a cualquier sitio menos a la Reina y sus acusadores ojos.

 

-su majestad, lamento trastocar su ocupado día, pero la situación… -entonces ella levantó una mano que impidió que él siguiera hablando.

-estoy al tanto de toda la situación honorable tío, ha habido algunas… confusiones y desaciertos, pero ya todo está arreglado –el hombre frunció el ceño sin entender –mi apreciable prima se encuentra sana y totalmente salva en el castillo de mi más fiel servidor –entonces extendió su mano en mi dirección y me incline levemente.

- ¡oh! ¡qué alegría! ¡la rescato! ¡tan pronto! –yo me sentí un poco incomoda.

-no es esa la exactitud de los hechos milord –comento Sugiura –el caballero de su majestad gusta de la dama y en un romántico y desesperado acto la ha robado, sin embargo…

- ¿Qué? –musitó el hombre - ¿la has robado? ¿a mi hija? ¿te has atrevido a seducirla?

-aun no, pero lo hare… -dijo Sir Kanzaki en voz baja en una broma de muy mal gusto que por desgracia todos escuchamos, el comentario estuvo por completo fuera de lugar y por supuesto, su majestad lo fulmino con la mirada –bueno, es lo que yo diría, pero su señoría es un caballero respetable, no le ha puesto un solo dedo encima.

-milord –continuo Sugiura -no tiene de qué preocuparse, el caballero de su majestad proclama amor sincero y devoto por su virtuosa hija y está dispuesto a desposarla en cualquier momento, de hecho…

- ¡Tú! ¡Sucio y…! –el hombre entonces intentó ir sobre mí, pero Sir Kanzaki y Sir Yuuichi lo detuvieron antes de llegar a mí, no tuve que mover un solo músculo.

-recuerde en presencia de quien se encuentra milord, el caballero del reino y su majestad… -le dijo Sir Kanzaki.

- ¡Ella ya está prometida! …Su majestad, ¡usted dio su permiso! –la Reina entonces se llevó un dedo a los labios, pensando unos momentos.

-Sir Kanzaki –el aludido volteó a verla sin dudar -obtendrá mi complacencia e ignoraré sus comentarios inoportunos luego de que traiga a lord Homura y el permiso –entonces Sir Kanzaki recuperó su buen humor y muy servicial respondió a la Reina.

-será un placer, su majestad –entonces, muy animado salió con prisa del salón.

-honorable tío, todo puede llegar a buen fin hablando, estoy segura de que lord Homura no tendrá ningún inconveniente y entenderá la situación a la perfección.

- ¿Cuál sería la situación, su majestad? –preguntó, ya un poco agotado y hasta cierto punto, desesperanzado.

-que sigue en el mercado del matrimonio y tendrá que buscar una nueva esposa.

 

El hombre entonces bajo la cabeza y se quedó en silencio unos momentos, después me miró fijamente, yo también lo mire a través de la rendija en la visera del yelmo. Me pregunté que estaría pensado, después de su reacción inicial ahora estaba calmado, pero mantenía fijos sus ojos en mi ¿estaría evaluando mi estatus? ¿mi riqueza? ¿mis tierras? ¿mi cargo militar? ¿o estaría preguntándose si dentro del caso había un sujeto desagradable o deforme? Una pregunta que tendría lógica pues nunca mostraba mi rostro. Sin embargo, después de largos minutos de escrutinio, exhaló, parecía resignado.

 

-si ella ya le ha aceptado, no me opongo, pero forzarla no terminará en nada bueno.

-milord –contesto Sugiura –tenga fe en el amor de su señoría.

-en todos estos años no la convencí de desposarse, y nadie lo hará si no quiere, a menos que ya la haya profanado… -entonces interrumpió Sir Yuuichi.

-su señoría jamás cometería un acto tan atroz, se le respeta por sus virtudes, honestidad y buen juicio.

-milord, reitero –continuó una vez más Sugiura –su señoría no le ha puesto un dedo encima.

-entonces… -el hombre iba a contestar, pero se escucharon pasos y luego tocaron las puertas del salón, los guardias que custodiaban a cada lado abrieron con el permiso de su majestad y entró lord Homura con su hijo, escandalizados; mientras ellos entraban pude notar como el último llevaba un pergamino con el sello de su majestad en la mano. Justo el documento que me interesaba.

- ¿Qué ha sucedido? –preguntó el padre del anteriormente, prometido.

-parece que Sir Kanzaki no le ha puesto al corriente –ambos sujetos miraron a Sugiura –permítame explicar rápida y concisamente –dijo ella, con una sonrisita que denotaba que estaba feliz de estar en medio del cotilleo del siglo. En los siguientes minutos, la canciller explicó detalladamente los sucesos, terminando la aclaración al mostrar el nuevo permiso de su majestad ante los tres hombres, que quedaron perplejos.

- ¡No! –gritó el anterior prometido mientras su padre leía estoico el documento expuesto y desplegado por el secretario de su majestad – ¡No entregare el documento! ¡me niego! –entonces, el pergamino que llevaba en la mano, lo guardo en su chaqueta.

-joven lord, no es una petición… –dijo Sugiura.

-es una orden –terminó la oración su majestad - ¿o acaso no eres uno de mis fieles súbditos?

-su majestad –intervino el padre del chico –no tiene de que preocuparse, es solo una reacción inicial, pero es obvio que comprende que esto es por el bien de nuestro reino y por supuesto que él no está en contra de…

- ¡no padre! ¡me rehúso, ella es mi prometida! –entonces se formó un breve silencio.

-entonces ¿Por qué no un duelo? –dijo la canciller Sugiura, muy divertida, debo agregar -su señoría no dudará en batirse en duelo por la joven dama y si usted gana puede volver a ser el prometido –yo asentí y di un paso al frente, con la mano en la empuñadura de mi espada mientras que el muchacho se ponía más pálido de lo que ya era.

- ¡tendrán que matarme! –y de pronto salió corriendo llevándose consigo el pergamino.

 

Todos nos quedamos atónitos ante lo que acababa de suceder, estábamos tan sorprendidos por la descarada actitud cobarde y deshonrosa, que nadie salió detrás del chico por un minuto entero, después le hice la seña a Sir Kanzaki y él junto con Sir Yuuichi salieron presurosos del salón. Luego de un muy largo rato Sir Takeda se presentó en el salón informando que los anteriormente mencionados estaban buscando por todas partes al chico Homura. Vaya, no parecía bueno para pelear, pero para escapar era cosa seria…

 

-que se despliegue tanto personal como sea necesario –ordenó su majestad, irritada ya para ese momento –y tan pronto como lo encuentren…

-majestad, su excelencia, alteza –dijo el padre del muchacho, arrodillándose a pocos metros de la Reina –le ruego su piedad, comprenda al muchacho, no lo castigué tan rigurosamente.

-la falta es grave lord Homura, ha desobedecido mis órdenes.

-lo sé elevadísima eminencia, solo ruego un poco de su piedad…

-si soy blanda con uno de mis vasallos, todos creerán que pueden hacer lo que quieran…

-pero majestad… -ante tanta insistencia, la Reina frunció el ceño.

-bien, no será castigado, ahora pase a firmar la renuncia a su señorío y sus tierras, canciller Sugiura, que preparen el documento inmediata… -pero el sujeto se puso más pálido que el pequeñajo y los ojos casi se le salen de sus cuencas.

-mi señora –la interrumpió -que torpe soy, he sido un necio, es obvio que el muchacho merece un escarmiento, lo he mimado demasiado.

- ¿se lo parece, lord Homura? –respondió su majestad con los ojos entornados.

-definitivamente alteza –contestó el canoso hombre –mi hijo se redimirá con el castigo que usted crea pertinente, por supuesto.

 

Nadie esperó que la guardia tardara cuatro días en encontrar al petizo, ni siquiera yo, pero así fueron las cosas. Obviamente, al pasar toda la mañana esperando que lo aprendieran, su majestad ya consideraba que había perdido mucho tiempo en ese tema, de modo que por la tarde reanudó las audiencias. Las cosas volvieron en cierta forma, a la normalidad, ya que las audiencias se dieron como de costumbre, pero su majestad estaba muy molesta, paso de ser un incidente insignificante que se solucionaría con dos días en el calabozo, a una afrenta personal en la que el castigo sería mucho más grave. De modo que cuando aprendieron al pequeño Homura, su majestad no recibió más súbditos y las audiencias se suspendieron, Sin Kanzaki y Sir Yuuichi trajeron al renacuajo bien sostenido de ambos brazos, los tres empapados por la lluvia, con el infame mocoso que seguía rebelándose y mostrándose prepotente hasta el último momento en que fue puesto frente a su majestad. Secretamente, esta situación me satisfacía.

 

- ¿el pergamino? –pregunto su majestad ya sin delicadeza, entonces Sir Kanzaki le extendió felizmente el documento con una reverencia; sin decir más, bajé los cortos escalones hasta tomarlo y guardarlo –señor Nagi Homura –comenzó la Reina, irritada aun –el castigo inicial iba a ser dos días en el calabozo… -entonces se cruzó las manos –pero has desobedecido a tu Reina, a tu estimada y real soberana, la ofensa no puede ser más grande…

-no pienso obedecer a una niña que… -por suerte para él, su padre intervino.

-discúlpelo su majestad, está enfermo –luego puso una mano en la boca del chiquillo para que así no pudiera agravar su situación -no sabe lo que dice –pero a su majestad ya le temblaba un parpado y tenía la boca sumamente fruncida –solo tenga algo de piedad, el muchacho esta ya delirando –en ese momento, la Reina tenía boca y cejas fruncidas a más no poder. La canciller, con esa sonrisa que le caracterizaba se acercó a su majestad y le habló muy de cerca en voz baja, sin perder la expresión de júbilo, se notaba que estaba disfrutando de la situación.

-un mes en el calabozo… -terminó por decir apretadamente, conteniendo su enojo, luego de que la canciller terminara de decirle algo –hágase, antes de que me arrepienta y le dé más tiempo.

-por supuesto su excelencia, gracias por su compasión, gracias, gracias –dijo el padre del chiquillo, el hombre no terminó de hacer reverencias hasta salir del salón de audiencias, aun con la mano en la boca de su hijo.

 

Al terminar, la reina comenzó a refunfuñar por lo bajo, molesta e irritada, seguramente lo habría dejado hasta un año en el calabozo, pero la canciller siempre intervenía para cuidar de los intereses de su majestad, de no ser así, la reina podía ser fatal en los castigos y eso no sería bueno para ella misma, si eres demasiado duro e injusto con los castigos, puede provocarse una sublevación y no es nada beneficioso. Aunque en realidad, me sentía decepcionada. De manera que, en esta ocasión, la canciller le echo una mano al chiquillo, por mi parte, hubiera deseado mínimo seis meses para cuando menos romper su voluntad, un mes no es suficiente para el ímpetu de la juventud.

 

Al tener ya el pergamino con el anterior permiso, fui al día siguiente a ver a su eminencia en la iglesia, teniendo el permiso de su majestad en mano, él inmediatamente retiró las anteriores amonestaciones y puso las nuevas sin reparo alguno. Solo para estar segura, lo acompañe a ver como pegaba la nueva hoja en la puerta de la iglesia. Hinché mi pecho, complacida al leer el anuncio, luego giré a verlo.

 

- ¿Cuánto tendré que esperar? –él sonrió un poco nervioso e hizo cuentas con los dedos.

-bueno, su señoría, yo diría que al menos una semana –asentí, conforme.

-bien, preparé la ceremonia para que sea realizada en dos semanas, en caso de necesitar más días para los preparativos se lo informaré.

-claro que si su señoría, claro que sí, no tiene de que preocuparse, estoy aquí para serle de ayuda –al hombre le falto piso para arrastrarse, era la respuesta común que todos me daban en el reino, no fue una sorpresa, aunque fuera la primera vez que hablara con él.

 

De una u otra manera, ya habían pasado seis días desde que había ocurrido el suceso y ahora, con todo ya dispuesto, podía regresar al castillo para de algún modo, convencerla. Ya tenía mucho terreno ganado, su padre había aceptado y se mantendría al margen, tenía el permiso de su majestad, Homura estaba encerrado, su eminencia había cambiado las amonestaciones y tenía el anterior permiso concedido a Homura en mis manos, no tendría ninguna excusa para no aceptar el matrimonio, sobre todo porque de no casarse seria señalada y su castidad se pondría en tela de duda, aunque no haya sucedido nada en absoluto… la cuestión era ¿Qué estrategia debía usar? ¿debía ser contundente presentándole todas mis ventajas? ¿o debía ser flexible y transigente con ella, como si fuera una negociación? Aunque sabía que tenía todas las de ganar… pero quizás, si le presentaba el panorama donde le daba a elegir, talvez podría ganarme su afecto más fácilmente…

 

Aquel día estuve muy meditabunda en el tema, casi no puse atención a las audiencias y me mantuve como un adorno casi hasta el final. Cuando finalmente se cerraron las puertas del salón de audiencias, hablé privadamente con la Reina, pedí permiso para tomarme unos días y regresar a mi castillo. Su majestad accedió y dejé a mis más fieles vasallos a cargo de la protección de su majestad, a Sir Kanzaki y Sir Yuuichi. Después de delegar la responsabilidad, regresé a mi residencia donde le pedí a mi escudero que mandara un mensaje a la señora Sanada, informándole que llegaría al día siguiente. Posteriormente tomé un largo y lento baño, con mis doncellas tallándome el cuerpo. Al terminar me vistieron y me trajeron una botella de sidra, estuve unas horas en el sofá frente al hogar, con un libro en las manos que no logré leer, con los pies desnudos y extendidos por la alfombra, a la hora de cenar las doncellas me trajeron la comida, cené con lentitud y al terminar me metí a la cama, pero no podía dormir, aun cuando me gustaba dormir oyendo la lluvia.

 

Pase largas horas dando vueltas en la amplitud de la cama hasta que en algún punto pude dormir, a pesar de que no iría al palacio al día siguiente, no pude dormir demasiado y me levanté justo al amanecer, como todos los días. Luego de levantarme y sonar la campana, las doncellas entraron con todo listo, el desayuno y la armadura por igual. Una hora después ya estaba sobre el caballo saliendo de la ciudad, dejando a mi emberrinchado escudero a cargo de mi residencia, pronunciando el hechizo que centuplicaba la velocidad del caballo para llegar mucho más rápido.

 

Me detuve una vez que llegué a los llanos que rodeaban las murallas de la ciudadela, alcanzando a ver las murallas a lo lejos, sentí como el corazón comenzó a palpitarme intensamente. Cálmate, me dije, respiré hondo y cerré los ojos, cálmate, repetí, todo saldrá bien. Respiré un par de veces y por gracia del destino mis ojos encontraron una flor purpura, desmonté brevemente del caballo y tomé la flor. Aun no sé qué hacer, pero en cuanto la vea lo sabré, estoy segura.

 

Reanudé el viaje hasta cruzar las mojadas praderas y llegar a las puertas de las murallas, donde nada más verme levantaron el rastrillo. Subí las calles en un trote suave y regular, a medida que avanzaba la gente comenzaba a saludarme, aquí podía quitarme el yelmo tranquilamente, después de todo, todos los que aquí residían me habían jurado su lealtad, así que les había brindado ayuda, protección y comodidades, a todo cuanto pude le di casa nueva y tierra, con contratos decentes e impuestos moderados, de los que, aunque no eran excesivos, me daban suficiente para mantener a toda mi fuerza militar holgadamente y aun así tener suficiente para lujos y comodidades, eran tierras ricas, después de todo. Debido a eso, me quité el yelmo y por primera vez en mucho tiempo sentí el aire ondear mi cabello, me dio una sensación relajante y llegué en un mejor estado anímico al castillo.

 

-buenos días su señoría –al llegar a la puerta principal del castillo, ya estaba el mayordomo y la gobernanta para recibirme.

-buenos días señor Ishigami, señora Sanada, necesito asearme ¿está lista la dama para verme?

-en poco tiempo su señoría, ahora mismo están subiendo su baño –yo asentí mientras la escuchaba.

-que pongan esta flor en su desayuno –le extendí la flor purpura a la señora Sanada que miro la flor con los ojos ligeramente más abiertos mientras la tomaba en su mano.

-si su señoría… y, ahorita mando para que le ayuden con su aseo.

-bien –entonces desmonté del caballo y un lacayo se lo llevó al establo.

 

Entré con pasos pesados y presurosos, crucé con celeridad el largo salón y los pasillos, subí las escaleras hasta llegar a mis habitaciones, dentro ya estaban las doncellas esperándome, me retiraron la armadura y solicité que la llevaran al salón de armas, mientras otra buena parte de las doncellas me limpiaban el sudor y me vestían. Debido a que siempre iba de un lado a otro con la armadura, siempre llevaba camisas y pantalones ligeros, no aptos para ver a alguien, por lo que en esta ocasión solicité usar un tabardo y sobre él, un cinturón de cuero, botas y la espada se quedó en la habitación. Cuando terminaron de perfumarme, pedí que llevaran a la dama la biblioteca, pensé atenderla en un lugar bonito, pero algo no tan presuntuoso daría una sensación más cómoda. Después de quedarme sola unos momentos y respirar profundamente para calmarme, fui a la biblioteca y esperé… y esperé… esperé un rato considerable hasta que me asomé por el pasillo por el que debería llegar y encontré a Akane, una de las doncellas, esperando con apuro en el marco de la puerta perteneciente al salón de armas. Al verme se puso más nerviosa e iba a comenzar alguna explicación, pero en cambio puse un dedo en mis labios para que guardara silencio y me asomé un poco al salón.

 

Ahí estaba ella, mirando curiosa cada arma y armadura, las contempló con evidente interés y detenimiento, verla me despertó un sentimiento de orgullo, satisfacción y curiosidad, quizás yo no le resulte tan desagradable si le interesan las armaduras, ya que, si le gustaban, significaba que al menos yo tenía algo que a ella le pudiese gustar. La dejé inspeccionar un buen rato, hasta que llegó a mis recientes adquisiciones y, por último, se encontró con la armadura templada que había alcanzado el tono azul celeste, entonces noté como se petrificó.

 

-el caballero de su majestad, la Reina… -la escuché decir, no es extraño que conozca al “caballero de su majestad”, pero si me parecía interesante que identificara la modesta armadura que había usado en muy pocas ocasiones. Aproveché su sorpresa y lo distraída que estaba para acercarme a ella, escuchando aun sus palabras -es que es… el caballero… el caballero del reino… -entonces yo pensé en lo que decía ¿le parecería poca cosa? ¿le parecería que no estoy a su altura? de alguna forma, sus palabras me inquietaban, ¿no era suficiente con ser el caballero de su majestad?

-si eso no te complace, pediré algún título honorifico… -entonces ella volteó a verme, sorprendida, como si la hubiera encontrado en un lugar prohibido.

- ¿Quién…? ¿Quién eres?

-la dueña de las armaduras, del castillo, de las tierras… como tú lo has dicho: “el caballero de su majestad, la reina” –momentáneamente se puso pálida y yo me sentí… un tanto ofendida ¿es que acaso soy tan desagradable a la vista? ¿o simplemente no esperaba ver a alguien como yo?

-no puede ser cierto… -respondió, llevando una mano a la boca - ¿tú me secuestraste? – ¿Por qué usaban esa palabra? Era muy desagradable y nada exacta, lo hacían parecer demasiado grave… e incómodamente adecuada…

-sí… -terminé aceptando –vine a buscarte porque tardabas demasiado y me he encontrado con…

- ¿Por qué? –ahora tenía el ceño fruncido, se veía molesta y yo me sentí mal – ¿porque me secuestraste? –ante sus cuestionamientos me sentí pésima, apreté los dientes y miré al suelo, avergonzada de mí misma.

-me enteré de que ibas a desposarte con –iba a decir “enano”, pero preferí ser educada -el joven lord Homura… no iba a permitirlo –y sigo con la idea, me faltó decir.

- ¿no ibas…? ¿Como…? es que… ¿acaso… tú y él? –al momento de oírla y entender lo que sugería me sentí muy ofendida.

-jamás en mi vida –respondí de inmediato, no tengo tan malos gustos.

-entonces ¿Por qué? No estoy comprendiendo nada… -respiré profundamente mientras buscaba en mi tabardo, ya que estábamos compartiendo unas palabras y notaba su actitud recelosa, quizás debía usar una táctica más sutil y transigente, hacerla sentir segura, al menos un poco. Segundos después tuve el sobre en mis dedos -esta es una carta que te manda su majestad la reina… -y finalmente, el documento más valioso –y este… es el permiso de su majestad… para… -respiré profundo y deseé que el calor que estaba sintiendo en el rostro no fuera visible –para que contraigamos nupcias.

- ¿Qué? – ella se quedó momentáneamente en silencio, pero después… - ¿Qué me estas queriendo decir? ¿Qué me desposarás? ¿es eso?

-sí, básicamente, sí –ella estaba por demás sorprendida y yo sentí que los colores paseaban por mi rostro, ojalá ella no lo note.

-no, todo esto está mal… ¿ya te miraste al espejo? – ¿acaso me estaba ofendiendo? –no podemos, la iglesia y las leyes… -entonces comprendí.

-eso no importa, tengo el permiso de su majestad, nadie puede oponerse…

- ¿Cómo que nadie? ¿y las amonestaciones? Además, su majestad ya había dado su permiso para que Homura y no nos desposáramos –al escuchar nombrar a ese renacuajo sentí la molestia quemándome el estómago y no pude evitar esta vez ser un poco agresiva.

-las amonestaciones se han retirado, ahora corren nuevas a nuestros nombres y el permiso de su majestad…

-no puede contradecirse, su majestad ya otorgó su permiso y Homura lo tiene así que… -estaba ya más molesta de lo que quería, así que quise aplastar todas sus réplicas de un tajo; planeaba mostrarle el anterior permiso de una forma más grata, pero ahora simplemente lo saqué y se lo mostré.

- ¿te refieres a este permiso? –ella clavó los ojos en el documento -bueno, este permiso… -volví a enrollar el pergamino -ya no existe –y con un hechizo sencillo que no necesitaba palabras invoqué llamas en mis dedos que hicieron desaparecer el documento en tan solo un momento, sentí una satisfacción malsana al ver como sus esperanzas en el anterior permiso habían sido aplastadas. Fue tan impresionante para ella que se quedó mirando como caían las cenizas al suelo.

- es que… es que… ¿acaso no lo entiendes? –respondió después de unos momentos –no podemos desposarnos…

- ¿Por qué? –cuestioné, molesta, pues le había mostrado que ya no había motivos para no hacerlo.

-yo necesito un heredero para el señorío que heredaré… -la miré fijamente a los ojos, no la conocía suficiente como para saber si lo que decía era lo que de verdad la detenía.

- ¿te preocupa la descendencia? ¿o te preocupa que el resto se entere de que soy mujer? –pareció pensárselo unos momentos.

-la descendencia, por supuesto, mi padre… -insistió en aquella postura y no supe si creerle o no.

-no tienes de que preocuparte –si de verdad era eso lo que la detenía… había una manera.

- ¿Cómo? ¿a qué te refieres?

-eso no importa, solo te digo que no hay nada de qué preocuparse –hechicería, pensé mientras la miraba fijamente.

-pero… -una vez más volvía a objetar, ¿Por qué? ¿tanto quería desposarse con ese petizo? ¿le gustaba? ¿sentía amor por él? En mi mente no había una sola cosa de él que fuera atractiva, pero en realidad, ¿Qué podía saber yo de sus gustos y sentimientos por el chiquillo?

- ¿amas a Homura? –le pregunté, sin querer con una voz más grave de la que hubiera querido - ¿es por eso que no quieres casarte conmigo? -si ella sentía amor por el enano y por ello había aceptado el anterior matrimonio, entonces debía negociar con ella y poco a poco convencerla, después de todo, no olvidaba las sutiles advertencias de su padre –si es así, te propongo un trato.

- ¿un trato? –enseguida me miro curiosa; y ahora… ¿Qué podía ofrecerle? Pensé por unos segundos, le ofrecí un trato sin antes pensar en uno… pero… ahora que recordaba… ¿Qué tal si aprovecho la guerra? El reino al otro lado del mar tiene sus ojos puestos en nuestro reino, pronto el desastre se acerca cada vez más, el inevitable desastre… hacía poco tiempo pensé que, de salir con vida, me confesaría de una vez por todas, pero ahora…

-cásate conmigo por unos meses… -no planeé demasiado el trato pero salió de mi boca precipitadamente –se aproxima una guerra –solo entonces pareció mirarme con seriedad –el reino al Oeste, al otro lado del mar, está planeando atacarnos, no sé cuándo con exactitud pero queda poco tiempo… cuando sea el momento tendré que partir y luchar esa guerra, las dimensiones del ejército enemigo son titánicas, tal vez no sobreviva, de ser así, tú quedaras viuda, te quedarás con mis tierras y podrás volver a casarte –se quedó en silencio, lo que dije no era un trato en realidad, era simplemente una de las posibilidades.

- ¿y si eso no sucede? No puedo desear tu muerte, eres el caballero más importante del reino… -escuchar eso me hizo feliz, aunque fuera un poco.

-bueno, el trato es… si no estás feliz conmigo de aquí a que estalla la guerra, moriré o al menos, fingiré mi muerte, desapareceré del reino –algo que no sería difícil de lograr, después de todo, nadie me reconocería sin la armadura, podía colocarle mi armadura a cualquier sujeto y fingir.

- ¿Por qué harías eso? ¿Por qué fingirías tu muerte si no estoy feliz contigo para entonces? –tomé aire y me quedé pensando, no soy el tipo de persona que gusta atormentar a la dama que ama, las mujeres necesitamos libertad, necesitamos poder decidir y no sufrir ataduras, aunque pareciera que me estaba contradiciendo debido a mis horrendos actos, pero no deseaba mantenerla a toda costa a mi lado.

-bueno… al menos lo habré intentado y de no haber funcionado, no me quedaré para hacer de ti una infeliz… piensa el trato, tienes dos días –después de todo, creo que esta era la mejor manera de hacer las cosas, si simplemente no logro que me ame, desapareceré y me iré a otras patrias en el norte, nada quedará aquí para mí. Le entregué la carta y el pergamino mientras aprecié muy de cerca los irises de sus ojos, hermosos y encantadores me dije, después, ya en la entrada del salón, hallé a la doncella de antes -Akane, sigue encargándote de ella e informa a la señora Sanada que la dama tiene total libertad en el castillo.

-claro que sí, su señoría… -le di una última mirada y me retiré a mis habitaciones.

 

Mientras caminaba, recordaba detalladamente la conversación, ¿había tomado la decisión correcta? ¿hice bien en dejarle el pergamino del permiso? ¿lo destruiría? Bueno, puedo conseguir otro igual, así que no había problema, el único problema aquí era mi inseguridad en los pasos que había dado, ¿aceptaría el trato? ¿Qué debería hacer si no aceptaba? ¿Qué sucedería? Muchas personas en la capital sabrían ya el chisme, seguramente no era una noticia a nivel oficial, pero no podía confiar en la discreción de la canciller, además, no sabía si el padre de ella o su familia habían hablado del asunto y en caso de no haber dicho una palabra, aún estaba la boca de lord Homura, lo que si era seguro, es que la noticia se sabría a voces y en ellas la reputación de la dama ya estaría mancillada, por lo que, socialmente, no le quedaba opción, o se desposaba conmigo o se quedaba soltera, aunque no me sorprendería que esa lapa de Homura aun la buscara a pesar de todo…

 

De ser así, de rechazarme y volver con él… ¿puedo aceptarlo? Había hecho todo esto para evitar su matrimonio, pero al final ¿será que ese es el destino? ¿mi futuro es el desamor e infortunio? ¿la soledad? Había llegado ya a mis habitaciones y me senté pesadamente en una orilla de la cama, que al instante comenzó a oler a flores. Pase una mano por la colcha, suave al tacto y aromática… No. Un día la tendré en esta cama. Debo confiar en que ella es inteligente, verá mis virtudes y beneficios, además, con este trato no tiene nada que perder y mucho que ganar. La idea me fastidia, pero si aún quiere ser la esposa de ese petizo puede serlo después de que sea mi esposa. Ese será el único consuelo que me quede…

 

Para despejarme de las situaciones vividas y olvidar la ansiedad que generaba la espera de la respuesta, decidí reunirme con el administrador y le pedí cuentas. De cierta forma, era beneficioso llegar y hacer una auditoria sin previo aviso, me aseguraba que el administrador no se preparara modificando los documentos, de forma que, al hacer cuentas, todo cuadraba perfectamente. Nos tomamos todo ese día y parte de la tarde revisando las cuentas, ya era bastante noche y llovía cuando terminamos de revisar los registros, fue cuando me retiré al castillo. Al llegar, una doncella me notificó que la cena ya estaba lista.

 

-excelente, infórmenle a la dama –le dije a una de ellas. Entonces fui directamente al comedor, donde todo ya estaba dispuesto. Jamás tomaba la cena en el comedor, ninguna comida de hecho, no tenía razón alguna que solo yo ocupara el enorme comedor, pero esta vez era diferente, esta vez había alguien que si podía acompañarme. Me senté a la cabeza de la mesa y esperé brevemente mientras todo era dispuesto, un par de minutos después, ella apareció en el marco de la entrada, con la doncella tras de ella. Me levanté brevemente y luego nos sentamos al mismo tiempo. La cena fue silenciosa, pero no me sentí incomoda, al menos yo, siempre había querido mirarla de mucho más cerca y ahora podía hacerlo, podía contemplar la belleza de la piel de su rostro, de sus pestañas, de sus labios, de su cabello cayendo en sus hombros, del brial ajustado y moldeando su cuerpo, sus perfectas líneas curvas… entonces noté algo… no llevaba ninguna joya. Una mujer de su estatus necesitaba cuando menos una gargantilla… pero ¿cómo esperas que luzca alguna alhaja si cuando la robaste solo llevaba sus ropas interiores?

 

Reprimí un suspiro y continúe con la cena. Ella terminó la comida antes que yo, pero por norma no podía levantarse antes que yo, ni siquiera podía terminar de comer antes que yo, aunque no me atreví a decirle una palabra sobre eso, quizás con ese acto deseaba apresurarme, o simplemente, imponerse, una mujer fuerte, denoté una vez más. Comí con lentitud intencional y sentí sus ojos sobre mí, no era la primera vez que sentía la presión de alguien, pero si la primera vez que sentí que me sonrojaría, sin embargo, aguanté lo más dignamente. Al terminar y dejar los utensilios en la mesa, ella se levantó, dio las gracias y se retiró.

 

Quizás fuera mi imaginación, pero ¿estaba molesta? Sentí que había manejado la situación de forma adecuada, un trato es mucho mejor que la imposición de algo ¿no? Una vez más dudé sobre mis propios actos. Me quedé unos momentos en la mesa y luego me retiré, las doncellas al instante entraron a remover y limpiar todo. Fui a la biblioteca y casualmente, la encontré viendo la estantería donde solía dejar mis obras literarias más escandalosas. Me quedé sin aliento y no supe si continuar o seguir adelante. ¿Por qué miraba esos libros? ¿no le parecerían pecaminosas obras del diablo? Vi como extendió el brazo para alcanzar uno de los libros, entonces yo salí de la biblioteca y me escondí tras de una puerta cercana. Me escondí el rato suficiente como para escuchar que sus pasos se alejaban por el pasillo. Cuando todo estuvo silencioso volví a la biblioteca y miré el mismo estante, faltaba un libro, pero no sabía cuál. Tal vez, si a ella le interesa este tipo de literatura, tenga una oportunidad.

 

Estuve un largo rato en la biblioteca sin poder leer una sola línea, al final, era ya bastante tarde y me retiré a mis habitaciones, las doncellas me asearon con una tina de agua bien caliente y aromática, me vistieron y pude así acostarme en la cama. Hacía mucho tiempo que no había tocado la esponjosa y enorme cama que tenía en el castillo, siempre estaba yendo de un lado a otro con prisa, a veces parecía que tenía mi habitación de adorno y ahora estaba ahí, esperando una respuesta… cerré los ojos, pensando en multitud de posibilidades hasta que me dormí. Al día siguiente me levanté con renovadas energías y me presenté con puntualidad al comedor para así compartir el desayuno. Ella llegó tarde, pero lucia mucho más guapa en las primeras horas del día, con tanta luz a su alrededor; reprimí los suspiros pues con tanto silencio a nuestro alrededor, me pondría en evidencia.

 

Luego de terminar el desayuno salí del castillo y en la ciudadela visité al mejor artesano que tenía, le pedí una gargantilla, de momento, solo una joya para para adornar el pecho de la dama… pero terminé comprando eso y pendientes, un anillo, dos brazaletes, un broche y un colgante, todo a juego. Nunca había comprado tantas joyas, de hecho, yo nunca usaba joyas, siempre había considerado el gasto una excentricidad absurda, pero ahora… si pensaba en ella y que estas joyas iban a adornarla, las imágenes de ella usando cualquier alhaja brotaban sin cesar, quería todo lo que viniera bien, y por desgracia, todo le iba a sentar de maravilla, así que tuve que contenerme…

 

Ya que estaba en la ciudadela, aproveché para visitar a mis habitantes, muchas de las personas que vivían en la ciudadela habían llegado ahí porque las había rescatado y traído, les di tierras y facilidades para abrir negocios, de esta forma el dinero fluía, todos contribuían a todos gastando y comerciando entre ellos, ver que todo florecía me hacía sentir complacida, en unos años más habría tanta gente en la ciudadela que habría que hacer nuevas murallas. Lo mejor sería comenzar a hacer los planos, siempre hay que adelantarse.

 

Pasé el resto del día fuera, comí e incluso pasé la cena en uno de los locales, la dueña había insistido en tratarme como reina, invitarme a cenar y si quería algo más… acepté la cena, pero me retire al terminar. Al regresar al castillo me encontré a la señora Sanada en la entrada, estaba molesta porque no le dije que faltaría a la comida y a la cena, de modo que se había servido sin mi presencia.

 

-lo siento señora Sanada, no era mi intención –igual que muchas otras personas, había conocido a la señora Sanada en una situación difícil y le ofrecí llevarla lejos, darle tierras y la oportunidad de tener un negocio, pero no tenía las ambiciones del hombre, dijo, así que solo quería un empleo honorable.

-mientras lo tenga en consideración, está bien, ¿hay algo que desee? ¿vino, sidra…?

-tráigame sidra, señora Sanada, estaré en la biblioteca.

 

Ella se marchó con el pedido por un pasillo y entonces me pregunté, si contraigo matrimonio con una mujer ¿Qué pensarán mis ciudadanos? ¿seguirán respetándome? ¿seguirán en la ciudad? ¿me abandonaraán? Como señora de las tierras mi voluntad simplemente se hace, a veces pareciera que las personas me pertenecen como me pertenecen los objetos, pero la realidad no es así, el humano tiene una fuerza interna que lo lleva a liberarse de cualquier situación si llega a ser avasallante, si mis ciudadanos no están de acuerdo con mi matrimonio o si no lo ven bien ¿me abandonarían? Si decidieran irse, a la larga, los recursos que obtengo con su estadía podrían ir mermando hasta serme imposible mantener el ejercito que poseo… la cuestión era ¿lo aceptarán por solidaridad? ¿por conveniencia? ¿o no lo aceptarán?

 

-aquí tiene su señoría –sorprendentemente, quien me había traído la sidra, había sido la misma señora Sanada.

-señora Sanada, quédese un momento –ella ya se disponía a irse, pero regresó, tuve que señalarle que se sentara, sino se quedaría de pie.

- ¿en qué puedo ayudarle su señoría? –terminó preguntando después de un largo silencio.

-sé que las doncellas para este momento ya habrán abordado la noticia por completo y que incluso usted la habrá escuchado –ella permaneció en silencio sin negar o afirmar –la noticia de que le ofrecí matrimonio a mi invitada…

-no puedo controlar sus bocas del todo, su señoría –yo negué, restándole importancia.

-señora Sanada… me preocupa… me preocupa si esta decisión, egoísta y codiciosa… está mal y que por ello se arruinaren las cosas en mi señorío… ¿Qué piensa, señora Sanada? –ella me miró con sus ojos azules por unos momentos, inquisitiva.

-señoría, he sido siempre devota a los dioses y a las palabras que los hombres dicen en nombre de los dioses… pero los hombres también comenten los pecados que los dioses condenan, incluso en sus nombres… el hombre condena y otorga en favor de su propio egoísmo, trastornando la voluntad de los dioses… de manera que ¿Qué es bueno y que es malo? Todos aquí, doncellas, vasallos, siervos, comerciantes, tenderos, lacayos, ciudadanos en general, creen fervientemente en que ha traído a milady porque la ha rescatado, igual que a las demás señoritas, y por eso va a desposarse con ella, deje que lo crean si con ello estarán en paz, si está mal o no lo que hace su señoría, solo los dioses juzgaran, pero tengo fe en que los dioses miraran la plenitud de su alma, encontrando las grandes bondades que alberga dentro de sí, su señoría… no tema por su gente, al menos no ahora –yo respiré profundo y traté de no suspirar.

-las mentiras nunca son buenas, señora Sanada… -es lo único que pude decir después de todo eso.

-no es mentira si usted nunca aclara nada, después de todo, es la señora de las tierras del norte, usted no tiene por qué dar explicaciones y la gente lo sabe, ellos sacan sus propias conclusiones para justificarla, deje que lo hagan –me desinflé en mi sofá con un suspiro. Sabía que no tenía por qué dar explicaciones, pero fueron reconfortantes las palabras de la señora Sanada.

-gracias señora Sanada… ¿gusta de una buena copa con sidra?

-muchas gracias su señoría, pero debo negarme, si no, no podré dormir –yo asentí, mientras tomaba la botella y me servía –puede retirarse si así lo desea señora Sanada.

-buenas noches, su señoría, las doncellas siguen esperándola en su habitación para asearla.

-bien, por cierto, dele esto a mi dama invitada –extraje de mis ropas un estuche y se lo di en la mano a la señora Sanada.

-claro que sí, su señoría, que descanse.

 

Al día siguiente, en el desayuno, encontré mi regalo adornando el cuello de mi apreciable invitada, no dijimos mucho en el desayuno, más que los buenos días, pero me sentí feliz de ver que mostraba mi regalo tan inmediatamente. Era una buena señal. Al terminar el desayuno, quedamos de vernos en la fuente que está en el jardín interior este, al medio día; pues se cumplían ya los dos días de plazo para darme su respuesta. Confirmó la cita y se retiró en silencio, tal parecía que iba a utilizar hasta el último minuto para hacerme esperar, quizá quería probar mi paciencia y perseverancia, con ello en mente, en lugar de desesperarme, me di los ánimos para ser más firme.

 

Capítulo 5.

 

Pasé las horas en la biblioteca, conté los minutos hasta que llegaron a faltar solo diez para la cita, entonces sentí las palpitaciones en mi pecho y algo revolviéndome el estómago. Respiré profundamente una y otra vez, hasta que me sentí lo suficientemente bien como para salir. Necesitaba mostrarme como la gran señora de las tierras, con elegancia y porte, sin mostrar atisbo alguno de mis inseguridades y nerviosismos. En realidad, el lugar de la cita no estaba tan lejos, debía cruzar todo el jardín interior oeste, el comedor, un tramo más y estaría ahí, así que conforme me acercaba, sentía que caminaba demasiado rápido y esto me daba un vértigo, así que aminoré la velocidad, lento, más lento, respira. De esta forma llegué puntual a la cita en la fuente, solo unos segundos después ella apareció por el otro lado del jardín, el lado que daba a las habitaciones donde ella se alojaba.

 

En el centro de todo el jardín, en medio de los arbustos y flores, había una fuente, rodeada de cuatro bancas de piedra tallada, quise decirle que nos sentáramos, pero sentía algo colgando de mi garganta, sentí que la voz me saldría temblorosa, pero pasaron los segundos y seguíamos de pie, frente a la frente, con el sol calentándonos la piel suavemente y el aire moviendo suavemente nuestros cabellos. Respiré profundo y me aclaré la garganta, me parece que, si yo no empiezo, ninguna dirá algo.

 

- ¿Qué ha pensado sobre mi trato, milady? –milagrosamente mi voz salió perfecta.

-su señoría –escucharla hablarme así fue extraño, como si pusiera distancia –he decidido aceptar su trato –escuchar su respuesta me hizo tan feliz que fue imposible que mis labios no se curvaran en una suave sonrisa.

-gracias –contesté feliz y tomé su mano -no te arrepentirás –miré sus ojos, y aunque me mantenían la mirada, logre notar una sombra de confusión, duda, tal vez, quizá notaba eso porque ella no sabía qué esperar de nuestro matrimonio y hablando con sinceridad, en esta situación era comprensible –como no sabía si aceptarías no tengo un anillo de compromiso, aún, pero tengo un regalo para ti –solté su mano unos breves momentos mientras llevaba mi mano a un bolsillo, posteriormente saqué un brazalete que le extendí, lo tomó curiosa, al ver que lo observaba con interés saque cada pieza que había comprado para ella, pero al final ella puso especial atención al colgante, era una cadena de oro que cargaba una piedra preciosa, pero se le quedo mirando mucho tiempo - ¿no te gusta?

-oh, no es eso su señoría, es hermoso, gracias.

-debo ser sincera –entonces me miró atenta –nunca he comprado joyas…

-entonces, las guardaré con mayor aprecio, su señoría –yo terminé asintiendo en silencio –disculpe mi rudeza, pero ¿Cuándo planea que sea la boda?

-cierto, casi lo olvidaba, ya he hablado con su eminencia y se ha fijado en que la ceremonia ocurra en unos once días, su eminencia es complaciente y si quieres tomar más días, no tiene ningún problema.

-entiendo, me gustaría regresar con mis padres y saber los detalles para la fiesta de la boda… ¿o planea no dejarme volver a salir?

-los detalles, si –bien, no había pensado en nada de la fiesta, solo había pensado en la ceremonia –por supuesto que volverás, de hecho, esta tarde salimos a la capital, solo estaba esperando tu respuesta.

-entonces, en el momento que indique, su señoría, estoy lista.

-claro, claro, iré a preguntar si ya están listos los preparativos –claro que no tenía listo nada, pero fingí que sí –nos vemos más tarde, milady.

 

Personalmente, no disponía de un carruaje adecuado para una dama como ella, pero aun así acudí con la señora Sanada y el mayordomo, que se vieron en la difícil tarea de conseguir al menos, un carruaje, ya sin importar que fuera adecuado para una noble dama como ella. Los maleficios de siempre usar solo un caballo y no un carruaje. Tardaron más o menos una hora en conseguirlo, lo que agilizó las cosas fue que quien lo requería, era la señora de las tierras, ya fuera porque de verdad querían encontrarme un carruaje o por simple conveniencia, pero la gente dio mucho de sí para proporcionarlo. Una vez que estuvo listo el carruaje, se subieron un par de baúles con ropa además de ella y las doncellas. Para terminar los preparativos, las doncellas me colocaron la armadura y entonces todo estuvo listo para salir. Partí con diez guardias custodiando el carruaje, tres doncellas acompañado a milady y yo al frente de la comitiva.

 

Este va a ser un viaje largo… pensé, mientras salíamos a la ciudadela. Naturalmente, jamás hacia el viaje a una velocidad normal, siempre hacia el viaje en una hora, centuplicando la velocidad para así no perder tiempo, pero lo podía hacer únicamente conmigo, no usaba la hechicería frente a nadie, después de todo, sería muy peligroso que cualquiera pudiera enterarse, la hechicería no era mal vista, pero tampoco era algo exactamente bueno, tenía un papel muy complicado en la sociedad, algunos la usaban para cosas buenas o cosas malas, en secreto, en las sombras, igual que yo. Mis más fieles sirvientes nunca pedían una explicación de mis cortos tiempos fuera, porque sabían que a veces es bueno no hacer demasiadas preguntas, por fortuna, me tenían en gracia y eso apostaba más en mi favor que lo que significaba la hechicería.

 

Sin embargo y, en resumen, pasaría los tres días de viaje y yo odiaba pasar tanto tiempo viajando. Mientras llevábamos el trote suave, sentía el concomitante impulso de instar al caballo a una cabalgata a todo galope, pero entonces volteaba a ver al cochero que dirigía el carruaje y volvía a calmarme. Al anochecer, mientras nos azotaba la lluvia, comencé a preguntarme donde habría una posada para que todos tomaran un descanso, pero al nunca hacer una parada, no tenía idea y me pondría en evidencia si se lo preguntaba a uno de mis guardias. Por suerte, alrededor de una hora después…

 

-su señoría –dijo uno de los guardias que iban justo tras de mi –hay una posada cerca ¿querrá que descansen las damas ahí?

-por supuesto Sir Kurauchi, es lo que planeaba hacer.

 

Llegamos a la posada que estaba a un lado del camino y pedí habitaciones para todos. Dos doncellas se hicieron cargo de mi armadura y me ayudaron a asearme, mientras que una ayudó a milady. Por aquella noche tuvimos suerte y todos dormimos en habitaciones diferentes. A la mañana siguiente retomamos el camino de la misma forma en que lo habíamos hecho el día anterior, pero fue aún más aburrido, traté del ver el lado positivo, así podía ponerle atención a las tierras que me pertenecían, mucha más atención, fue bueno tener ese optimismo, aunque me durará solo por ratos. Me era molesto tener que parar a cada rato, la mayoría de las veces hacíamos parada para que alguien hiciera sus necesidades, las otras veces eran para el almuerzo, la comida, una merienda o estaba lloviendo demasiado, y las pausas más largas eran cuando pasábamos la noche en alguna posada. De una manera que aún me resultaba increíble, resistí todo el viaje sin una queja, ni siquiera resoplé, y no pude estar menos que feliz cuando divisé la ciudad capital con el palacio en su centro y con sus banderas ondeantes en las torres más altas. Después de aquello, el viaje trascurrió muy rápido y entramos a la capital ya avanzada la tarde.

 

Y, si bien estaba feliz por llegar, también estaba inquieta, porque significaba que debía llevar a la dama de mis pasiones a la residencia de sus padres, es decir, que ella saldría de mi control y no sabía si una vez fuera de mi dominio ella respetaría el trato, ¿Qué tal si al llegar hablaba con sus padres y decidía que siempre no quería desposarse conmigo? No quería desatar una revuelta, pero sabía que no me quedaría de brazos cruzados, por lo que, conforme cruzábamos la ciudad hasta su residencia, apretaba cada vez más las riendas del caballo, nerviosa.

 

Cuando por fin llegamos a la residencia, inmediatamente salieron sirvientes de la casa y momentos después, los padres de milady, que me nada más verme, no me despegaron su mirada, especialmente mi futuro suegro. Mis guardias bajaron uno de los baúles y lo llevaron a la puerta del edificio, siendo recibido por los sirvientes, mientras yo bajé del caballo y con pasos lentos abrí la puerta del carruaje.

 

-hemos llegado –le dije en voz suficientemente alta como para que ella me escuchara –le dejaré en la residencia de sus padres hasta el día de la ceremonia –entonces extendí mi mano para ayudarle a bajar –le doy total libertad para planear la fiesta, no se corte en ningún detalle ya que todos los gastos los cubriré yo –ella asintió y tomó mi mano para bajar –le veré en una semana, milady.

-sí, gracias su señoría… -una vez con sus dos pies en el piso, solo la acompañé hasta donde sus padres, ambos la recibieron con un abrazo. Luego de la escena emotiva me despedí con un gesto de la cabeza.

-Sir Kurauchi –me acerqué al hombre para hablarle de cerca al oído -que dos guardias se queden en la puerta de la residencia y otros cuatro en los alrededores, más tarde enviare hombres que los sustituyan y puedan descansar del viaje.

-sí, su señoría –entonces él dispuso de los cinco mientras se apostaba a un lado de la puerta, no logré subir al caballo sin que antes ella me llamara.

-su señoría –me llamó mientras se acercaba, con su padre tras ella - ¿Qué significa que los guardias…? –entonces tuve que acercarme a hablarle muy cerca de su oído, cuidando que su padre no escuchara mi voz, siempre para ocultar mi verdadera identidad.

-se quedarán para cuidarla, milady –entonces me alejé para tomar mi caballo.

- ¿no confía en mí, su señoría? –la miré unos instantes, no podía tener una conversación normal frente a sus padres, además ¿Por qué tendría que darle tantas explicaciones? ¿Qué si confiaba en ella? Quería confiar en ella, pero aún era demasiado pronto, así que los guardias se quedarían quisiera o no, no estaba sujeta esa orden a su complacencia. Subí al caballo y sin volver a mirarla emprendí el camino a mi residencia. Quería complacerla, pero tampoco debía de olvidarse quien mandaba.

 

Al llegar a mi casa pedí que me prepararan un baño y la cena lo más rápido posible. Estaba harta de haber pasado tres días aseándome miserablemente en las posadas y la lluvia, la maldita lluvia era un fastidio, quería usar un hechizo, pero no quería que nadie pudiera escucharme y sospechar. Al final de mi cena, mi escudero me paso un reporte muy corto con ninguna noticia importante, los guardias que restaban fueron asignados a habitaciones, las doncellas que llegaron saludaron a las de la casa y se sumaron a la ayuda. Mientras cada quien trabajaba, mandé a pedir guardias que reemplazaran a los que estaban en la casa de mi ya, oficialmente, prometida. Aquel sencillo pensamiento me hizo sonreír y tuve muy buen humor el resto de la noche. A la mañana siguiente me presenté en el palacio y recogí a su majestad de sus habitaciones, reemplazando a Sir Kanzaki y Sir Yuuichi, el primero más aliviado de verme que nunca.

 

-no te alegres demasiado –dijo la Reina –al terminar la fiesta de su boda se ira un mes de vacaciones ¿y quién crees que se quedara protegiéndome?

-majestad, será un honor –dijo Sir Yuuichi y Sir Kanzaki, momentáneamente, pareció más envejecido de lo que era.

-ahora cuéntame –habló ella - ¿Qué te ha respondido? ¿todo salió bien? –asentí levemente.

-ha aceptado y por eso la he traído para dejarla con sus padres hasta la ceremonia, le he dicho que prepare la fiesta como más le guste.

-que bien, por cierto, ya se lo he dicho a sus padres, tienen el palacio entero para la fiesta.

-oh su majestad, no podría aceptar tal honor –ella hizo un gesto con la mano como si estuviera espantando un bicho.

-ya está hecho, sus padres han aceptado, además, he pedido que le hagan otro vestido, me parece adecuado cambiar el vestido si el “novio” va a cambiar ¿no lo crees? Ahora mismo deben estarle tomando medidas –yo asentí mientras escuchaba – ¿ya tienes lo que te pondrás?

-mmm… pues… -me quede pensando un poco –he mandado a traer la armadura más nueva de mi colección, después de todo, no puedo aparecer en público sin armadura –ella asintió.

-bien, pero asegúrate de portar algo extra.

 

¿Algo extra? Estuve a punto de preguntar que podría ser eso algo extra, pero guardé silencio y medité detenidamente durante mi compañía en las audiencias, después de todo, con tanto tiempo haciendo lo mismo, había adquirido ya la habilidad de permanecer como estatua a lado de su majestad, dejando que mi mente volara lejos. Siendo así, me pregunté que podía ser eso algo extra ¿debería hacer que el yelmo llevara un plumero más grande? ¿en rojo se verá bien? ¿o tal vez azul? Azul parecía una buena opción, ¿o quizá debería llevar también mi escudo? Estuve horas meditando, entre las cuales mi mente escapaba al futuro momento de la ceremonia, donde echaba a volar mi imaginación de como seria, que diría, como me conduciría, como luciría ella… al mismo tiempo, también recordaba el regalo que le había hecho. Decidí entonces, al terminar mi compañía con su majestad, ir a comprarle un obsequio y un anillo de compromiso, por supuesto.

 

Cuando al fin terminaron las audiencias, salí del palacio con urgencia. En compañía de mi escudero visité a algunos artesanos y lo que iba a ser un simple detalle, se convirtió en todo un pequeño tesoro de joyas. No solía gastarme el dinero de esta forma, pero no me importaba, creo que al fin había encontrado un pasatiempo. También me tomé el trabajo de visitar a un carpintero que ya me había hecho unos cuantos trabajos y pedí que hiciera lo más pronto posible un carruaje digno de la que sería mi esposa, no importaba el costo, le dije al hombre, pero quería un trabajo de calidad con suficiente lujo, podía integrarle una cama o una casa, no me importaba, el hombre se vio apurado, pero aceptó el trabajo. Mientras aún estaba visitando los comercios, compré flores, decidí que le enviaría las flores con un obsequio, por supuesto; sin embargo, al momento de colocar unos pendientes en una caja, recordé que faltaba el anillo de compromiso, al momento me congele, ¡como pude olvidarlo!

 

Regresé entonces con el artesano y le manifesté mis necesidades, al instante me dijo que tenía lo que requería, varias piezas, a decir verdad, cada una diferente y exclusiva. Fue una elección difícil, había piezas de plata, de oro, con piedras o sin piedras, lizas o con diseño, tuve que utilizar cierta lógica para descartar, por un lado, deseaba lo más bello, pero por otro lo más costoso, aunque también la pieza la usaría solo unos días y después la guardaría… bueno, pero eso no importaba, ella lo valía todo, así que tomé la pieza más bella que pude notar y también la más costosa, era una alianza que parecía entrecruzar varios anillos, un trabajo verdaderamente difícil.

 

Cuando terminé de decidir estaba muy complacida, le pagué al buen hombre y éste dejo la pieza en una pequeña caja de madera que pasó de mis manos a las de mi lacayo, la felicidad me brotaba cuando lo mandé a entregar el anillo con las flores, luego medité… ¿será apropiado simplemente mandárselo? No… quizá debería dárselo en persona… me giré a buscar al muchacho, pero él ya se había ido, no sabía que fuera tan rápido. Por un momento me debatí en si salía corriendo o no tras él… pero, bueno, ella ya aceptó, la boda será en unos días, ¿realmente es necesario? Lo que de verdad vale es el anillo que le entregue en el altar y puedo garantizar que no hay nada igual.

 

Me encogí de hombros, me despedí del artesano y seguí mi camino, me sentía feliz y ardía en curiosidad por saber qué pensaría o como reaccionaria al ver mi regalo ¿será que está acostumbrada? ¿le parecerán joyas simples? ¿le importarán? ¿aquel sujeto habría tenido los mismos detalles? De ser así, mandaré flores y joyas todos los días, y… y… ¿Qué más puedo obsequiarle? Entonces miré a mi alrededor ¿vestidos? ¿zapatos? ¿libros? ¿un caballo? ¿una espada? Claro, apuesto que aquel chiquillo jamás habrá pensado en obsequiarle una espada.

 

Fui entonces con mi herrero predilecto y encargué una espada adecuada para una dama de su talla, con joyas decorándola, pero no sería simplemente ornamental, quería que tuviera un filo impecable. El herrero me juró que la tendría antes de la ceremonia, así que salí de la herrería bastante complacida, más tarde, cuando el lacayo volvió de la entrega le pregunté los pormenores del mandado, pero él contestó que el mayordomo había recibido el regalo y que no pudo dárselo personalmente, de modo que no sabía cuál había sido la reacción de ella. Fruncí las cejas, molesta.

 

-mañana iras con mi clara instrucción de entregarlo personalmente, de no ser así, no regreses –el muchacho asintió apenado y nervioso, haciéndome reverencias se despidió jurándome que haría tal y como había pedido, por lo que, al día siguiente, cuando volvió de la entrega, volví a cuestionarlo - ¿Cómo te fue? –le dije, impaciente.

-se lo di directamente en sus manos señoría, tal como lo pidió.

- ¿Qué te dijo? ¿Cuál fue su expresión?

-bueno, me agradeció con mucha amabilidad y luego me despacharon, su señoría, nada más –eso no me dejo muy complacida.

- ¿notaste si estaba molesta? ¿Feliz? –él lo pensó unos momentos.

-definitivamente no estaba molesta, quizá un poco sorprendida, recuerdo que sonrió mientras tomaba la caja y las flores, su señoría –eso debía ser una buena señal.

-bien, muchas gracias, puedes retirarte.

 

De manera que, todos los días, hasta el día de la ceremonia, mandé regalos, en los que siempre había flores y una joya. Unos de días después, cuando mandaba el quinto regalo, llegó la señora Sanada y, mientras enviaba las flores y el obsequio con el lacayo, me preguntó:

 

- ¿no piensa ponerle una nota? –entonces me congelé, no había pensado en eso… estaba tan complacida con la situación que había olvidado decirle algo, sin embargo ¿Qué podía decirle? Me apenaba escribirle notas de amor, siendo ya el quinto obsequio que le hacía… así que me encogí de hombros y respondí.

-no señora Sanada, no lo veo necesario, ella ya debe saber de mi amor y devoción por su persona.

-bueno… solo asegúrese de decírselo alguna otra vez…

-por supuesto, el día de la ceremonia no lo olvidaré, claro que sí, por supuesto que sí, en absoluto, por cierto ¿Cómo estuvo el viaje? ¿todo bien?

-teóricamente bien su señoría, pero hay que invertir en mejorar los caminos de su señorío.

-tiene razón señora Sanada, lo he notado, por favor, mande una nota al administrador y que comience a hacer la proyección del presupuesto, para mañana ya quiero una estimación, de ser posible, me gustaría que el camino ya tuviera un buen tramo compuesto para cuando regrese con mi futura, además, quiero que las posadas mejoren su calidad, me daba terror salir de ahí con pulgas, dígale al administrador que les ofrezca alguna alternativa decente.

 

La señora Sanada había llegado unos días después con la armadura que usaría para la ceremonia, además, como decía ella, no deseaba perderse la oportunidad de verme contraer nupcias. El mayordomo también había querido venir, pero prefirió cumplir con su deber al encargarse del funcionamiento del castillo, le daré un bono. Sé que a todos mis vasallos y siervos les haría felices estar presentes en la ceremonia, pero ya es tradición que, si los contrayentes tienen un estatus igualitario, debía ser la boda en la ciudad capital, en presencia de su majestad. Sin embargo, cuando regresemos al castillo, organizaré una gran fiesta.

 

En los días siguientes mantuve mi rutina, acompañando a su majestad a las audiencias. Dejé que la señora Sanada se hiciera cargo de los recibos que mandaban los padres de la novia, que debo señalar, no fueron muchos, ya que como había dicho su majestad, la fiesta se celebraría en el palacio y, por consiguiente, su majestad absorbió todos los gastos, incluyendo el del vestido, solo tuve que pagar decoraciones e invitaciones, además del carruaje más esplendido que había solicitado y los múltiples obsequios. Aunado a esto, todos los días le mandé flores y un obsequio, el día anterior a la ceremonia mandé un conjunto de pendientes, brazaletes, anillos y un colgante constituido por varias finas cadenas entrecruzadas con diamantes. Sin duda había guardado las más ostentosas joyas para el ultimo día con la intención de que las usara en la ceremonia, aunque no le mandé ninguna nota para que ella eligiera qué usar por sí misma.

 

Los días pasaron demasiado pronto, tenía ganas de ir a visitarla, de llevarle yo misma los obsequios, pero me restringí, pronto vivirá conmigo, pronto pasaremos todos los días juntas, muy pronto, unos días más no harán la diferencia, además los guardias que dejé aún continuaban custodiándola y ella seguía ahí, manteniendo su palabra, le daré su espacio y más pronto de lo que parece ella estará conmigo, no necesito apresurarme, con estos pensamientos, más rápido de lo que imaginé, llegó la tan esperada fecha.

 

Aquel día, me aseguré que no lloviera y estuviera por completo despejado para que todo saliera perfectamente, ya que había habido lluvias intermitentes en los días anteriores. A primera hora de la mañana mandé a mi escudero a buscar la espada que había encargado. El herrero me la mandó en una caja de madera gravada con el interior aterciopelado. La espada era de hoja más delgada y por supuesto pesaba mucho menos pero aún mantenía una delgada acanaladura, la guarda y el pomo eran de oro mientras que la empuñadura era de un rojo escarlata, con pequeños rubíes ornamentando toda la guarnición, extendiéndose hasta la funda. Asentí satisfecha y la volví a guardar. No se la enviaría inmediatamente, se la daría cuando iniciara la fiesta, junto con el brindis.

 

-consigue un cinturón adecuado, Takumi –él asintió –se la daré cuando sea el brindis, así que estate atento, no quiero errores –él negó insistentemente y se marchó apresurado. No tuve ninguna interrupción hasta tres horas antes de la ceremonia, pase todo el tiempo en mi cuarto, sentada en un sillón, con la luz del sol atravesando portentosamente las nubes blancas, haciendo que la luz que cruzaba las ventanas fuera blanca e inmaculada. Estiré mis pies desnudos por la alfombra, una vez más tuve que restringirme de beber sidra, me sentía nerviosa y ansiosa. Obviamente, no podía leer para distraerme, no tenía ganas de caminar o salir a algún sitio, solo quería que los apresurados latidos de mi corazón se calmaran y que fuera ya la ceremonia de la boda. Cerré los ojos para calmarme una vez más y tocaron la puerta –pase -era la señora Sanada con un escuadrón de doncellas, cada una llevaba de una a tres piezas, utensilios o prendas en las manos.

-su señoría, ha llegado el momento –sentí rápidamente como las palpitaciones en mi pecho se hicieron más fuertes.

 

Asentí mientras respiraba profundo, poniéndome de pie. Primero me lavaron a profundidad, luego me colocaron prendas ligeras y sobre ellas el revestimiento de cuero en el pecho, posteriormente las partes que llevaban cota de maya, la armadura, la túnica, los cinturones, la capa y finalmente, una piel de pelaje blanco en los hombros. Sentí que esta vez la indumentaria era mucho más pesada de lo que acostumbraba a llevar, tuve que recitar un hechizo de fortaleza más potente, entonces todo se aligero. Moví los hombros, respire profundamente y dejé que me acomodaran el grueso medallón de oro que me regalará su majestad hacía ya unos años; cuando estuvo colocado, tomé las espadas que llevaría, la espada de mi padre y la espada que me obsequió su majestad, y las coloqué en los cinturones.

 

- ¿Qué hora es señora Sanada? –le pregunté cuando me pusieron el yelmo, negándome una vez más al casco de cuero.

-es el momento justo de ir a la iglesia, su señoría.

-llame a Sir Kanzaki –la señora Sanada se demoró casi nada para traer a mi vasallo –Sir Kanzaki –le dije, una vez ya a unos pasos de mí –llegado el momento, usted me entregará el anillo –él alzo las cejas, sorprendido al ver cómo le extendía una minúscula caja de madera tallada.

-me honra su señoría –entonces extendió las manos.

-era de mi madre, no lo vaya a perder, o considere que también perderá su vida.

-claro que no, claro que no.

-bien, marchémonos –le dije a todos.

 

A las puertas de mi residencia, ya estaban enfilados los caballos, con todos mis vasallos esperando por mí. Mi caballo, al frente de la formación, estaba bien peinado y con la armadura del mismo acero templado de la armadura que llevaba yo, todo a juego, después de todo, había pedido esta armadura para cuando marchara a la guerra, pero no imaginé que la usaría antes. Subí al caballo y luego de dar el primer paso, toda la comitiva se movió tras de mí. La iglesia no estaba demasiado lejos, así que llegamos moderadamente rápido, ahí, ya estaban todos los invitados de alta clase, además de vasallos y siervos curiosos. Desmonté y uno de mis lacayos tomó las riendas. Entré con mi sequito de fieles vasallos tras de mí, junto con mi escudero.

 

Mis pisadas, normalmente metálicas, fueron amortiguadas por la alfombra, manteniendo silenciosa la iglesia. Caminé hasta el fondo del edificio donde ya estaba su eminencia esperándome. Al quedarme de pie junto a su eminencia, Sir Kanzaki tomó su lugar a mi lado y posteriormente, Sir Yuuichi y Sir Takeda, luego, toda la concurrencia entró a la iglesia, entró tanta gente como pudo, sin importar que se quedaran de pie y apretados unos contra otros. Respiré profundo y entonces esperé, ella pronto debía llegar.

 

Los minutos fueron asfixiantes y agonizantes, sentía las palpitaciones de mi corazón retumbándome los oídos, de pronto el aire en mi pecho parecía no ser suficiente y que la armadura me apretaba hasta dejarme sin aire ¿Dónde estaba ella? ¿me había dejado plantada? Gire levemente a ver a Sir Kanzaki, pero él se notaba tranquilo, luego mire al gentío frente a mí, todos me miraban y murmuraban cosas: “¿no piensa quitarse el casco?”, “¿está bien que la ceremonia sea así?”, “¿no está ya retrasada la novia?”, el ultimo comentario me puso más nerviosa ¿Dónde está? ¿Dónde está ella? ¿Dónde? Respiré profundamente, sentí un pitido en mis oídos y todo de pronto se quedó en silencio, mi corazón golpeaba fuertemente contra mi pecho y entonces, a lo lejos, el sonido de varios caballos tirando de un carruaje. Sentí que algo se derramó en mi pecho y cayó hasta la punta de mis pies, algo caliente y frío. El sonido de los cascos de los caballos contra la piedra se comenzó a hacer más fuerte, hasta que inevitablemente el carruaje apareció en la entrada de la iglesia. Pude respirar entonces, no me había dado cuenta que había estado aguantando la respiración.

 

Vi a lo lejos como un lacayo abrió la puerta del carruaje y salió un hombre, fue inevitable que frunciera las cejas, posteriormente el hombre se giró y extendió la mano, entonces vi una mano visiblemente más delicada rodeada de una orilla de tela blanca; conforme salía el cuerpo, notaba como el brazo también estaba forrado en blanco con dorado, después noté el cabello brillar bajo el sol, con una corona de flores y una tela en los alrededores, entonces, ahí estaba el rostro de milady enceguecido por la potente luz del sol, por tan solo unos segundos. Caminó unos pasos y la luz del día hizo que los diamantes en su pecho centellaran. Toda ella estaba envuelta en una aura blanca y dorada, reluciente, en un fulgor solo equiparable a la luz del sol en su día más esplendido. El tiempo continuó y ella comenzó a caminar en mi dirección con un discreto ramo de flores en una de sus manos, la luz del día se quedó afuera y a pasos lentos pero continuos ella se fue acercando más y más. Sentí algo derramarse en mi pecho mientras la veía venir, quizá fuera mi corazón derretido cual cera. Llevaba el cabello suelto, cayéndole como cascadas sobre sus hombros y con la joyería que le había dado, el colgante sobre su pecho, dos brazaletes en cada brazo, uno en la muñeca y otro por encima del codo, los pendientes asomaban por su cabello y en sus manos brillaban varios anillos, dejando solo un dedo vacío; los diamantes brillaban a cada movimiento suave y lento de ella, además, llevaba un cinturón de oro que le rodeaba las caderas, sujetándose al vestido y este último se aferraba a su cuerpo, ciñéndose y demarcando cada línea de su figura, podía imaginar como la tela le acariciaba la piel en cada movimiento. Sentí que mis latidos iban tan lentos como sus pasos y a la vez retumbantes.

 

Me pareció una espera lenta y gratificante hasta que se detuvo a mi lado, entonces su padre, que la llevaba del brazo, me extendió su mano. Momentáneamente me quedé pasmada y luego la tomé en la mía, enfundada en el guantelete de acero templado. Entonces, con ella sujeta a mí, nos giramos para ver a su eminencia.

 

-con el permiso de su majestad, la Reina Mashiro Kazahana, soberana de Fuuka, hija del alba que gobierna sobre el cielo, la tierra, el mar y más allá de lo que los ojos alcanzan a ver, comenzaré la ceremonia de matrimonio.

-proceda, excelencia –contestó la Reina, desde algún lugar que no había visto previamente y no volteé a ver para no parecer grosera.

-su señoría –me gire para ver a su eminencia -Sir Kuga, de la venerable casa Kuga, señores de las tierras en el norte, caballero líder de la guardia real y fiel caballero personal de su majestad la Reina, ¿promete respeto, fidelidad y amor eterno a Shizuru Fujino, de la honorable casa Fujino, señores de las tierras surestes, hasta que llegue el fatídico día en que la muerte se lleve su alma? –asentí con la cabeza en respuesta -su señoría, lady Fujino, de la honorable casa Fujino, señores de las tierras surestes y vasallos leales a su majestad, ¿jura lealtad, aceptación y entrega a Sir Kuga, de la venerable casa Kuga, grandes señores de las tierras del norte, hasta que llegue el momento en que las divinidades recojan su alma?

-lo juro, su excelencia –contestó ella y sentí como algo apretó mi estómago, entonces Sir Kanzaki se aproximó con el anillo que le había entregado anteriormente, lo tomé con las puntas de mis dedos, tomé su mano en mi mano izquierda y deslicé la sortija suavemente, era del tamaño adecuado, la joya y el metal precioso brillaron en conjunto y subí a mirar sus ojos que me observaban directamente, intentando atravesar el yelmo, sentí que me sonrojé inmediatamente. Entonces, Sir Kanzaki se retiró. Esperaba que ahora continuara su eminencia, pero él se detuvo, giré a verlo y su mirada estaba en otra parte, seguí la dirección y vi como una mujer rubia se acercó con un cofre en las manos, lo abrió y ahí estaba un anillo dorado en medio del terciopelo azul, ella se giró, soltó momentáneamente mi mano para tomarlo, le dio el ramo a la rubia para tomar mi mano y… y yo tenía el guantelete puesto… llevé mi mirada a sus ojos en una pregunta silenciosa, y aunque sabía que ella no podía verme, me regresaba la mirada… ¿Por qué? Solo ella debía recibir un anillo, ¿Por qué ella traía un anillo para darme? ¿sería porque, después de todo somos iguales? ¿cree que yo también merezco una sortija? ¿quería también enlazarme? ¿Qué yo le perteneciera? Me le quedé mirando fijamente mientras una corriente recorría mi cuerpo, sin importar que la mirada de su eminencia me estuviera atravesando al igual que la de la concurrencia y su majestad, después de todo, solo veía la profundidad de sus chispeantes ojos carmesí.

-Sir Kanzaki –susurré, con el corazón retumbándome y sin apartarme de sus ojos ni un momento –ayúdeme con el guantelete.

-si su señoría –entonces él se apuró a quitar las correas y dejarme la mano desnuda, pudiendo así ponerme ella el anillo, después, inmediatamente Sir Kanzaki colocó el guantelete de nuevo y pude tomarle la mano adecuadamente. Sir Kanzaki y la rubia se retiraron, y ante la inesperada interrupción, su eminencia se aclaró la garganta y continuó.

-por el poder que me confieren las sagradas deidades supremas, declaro a los contrayentes, unidos en virtuoso e inmaculado matrimonio –“virtuoso matrimonio” repetí en mi mente, con algo estremeciéndome el pecho… oficialmente nos hemos desposado, la cúspide de la vida de una mujer ahora la he alcanzado… lentamente exhalé un suspiro mientras nos girábamos a ver a la concurrencia que comenzaba a aplaudir y felicitarnos.

- ¿estas feliz? –dijo ella a mi lado, mientras aun seguíamos de pie frente a su eminencia, yo giré a verla, escuchando los leves roces del yelmo con la armadura; al girar encontré su suave y sonrosada piel llamándome, pero sus ojos miraban persistentemente la afluencia frente a nosotras, entonces me incliné un poco y le hablé más cerca.

-más feliz de lo que alguna vez soñé que estaría… -no sé si lo que sentía en el pecho era felicidad, no estaba del todo segura, pero así quise asumirlo.

- ¿aunque sea solo por unos meses? –volvió a cuestionar, tenía una expresión seria que distaba mucho a mi felicidad, pero talvez…

-aunque fuese solo por unos días… -le contesté, con la intención de que entreviera mis sentimientos, aunque ella no dijo nada.

351 días después. (2024) [EO]

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